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A propósito de la canonización de dos jóvenes

La canonización de Pier Giorgio Frassati y de Carlo Acutis nos muestra la diversidad y riqueza de la Iglesia en el llamado a esa vocación universal que es la santidad.


Tenemos santos de todas las edades, de todas las razas y nacionalidades, varones y mujeres, laicos y religiosos, militares y de la nobleza, de oriente y de occidente, cada uno con su impronta, con su modo particular, unidos por el denominador común de una vida entregada a la fe, a la oración y al amor al prójimo. Hay quienes entregaron su vida por la fe, a quienes se les concedió la palma del martirio; otros santos con virtudes heroicas y hay otros que llegaron a la santidad haciendo lo ordinario de una manera extraordinaria. Esto demuestra la belleza y la riqueza de la Iglesia.

Esta canonización me trae al recuerdo a otros santos jóvenes como ser San Esteban, Santa Teresita del Niño Jesús, Santo Domingo Savio, San Tarcisio, María Goretti, por nombrar los que tengo más a mano.

Igualmente me lleva a reflexionar sobre el tema de los jóvenes.  Romano Guardini, quien estudió acerca de las edades de la vida, sostiene que la juventud es la época en la que se busca la propia identidad y la afirmación de la personalidad. Es la edad de los ideales quijotescos, de los sueños, de las utopías, que los lleva a querer cambiar el mundo. Huyen de la mediocridad de una vida aburguesada y quieren experimentar aventuras. Los jóvenes poseen una vitalidad creciente, pero les falta experiencia de la realidad, que viene con los años. De allí el dicho: “Si la juventud supiera y la vejez pudiera.”

La niñez y la juventud son el tiempo propicio para la adquisición de las virtudes. Fray Mario Petit de Murat OP decía que “las virtudes que más agradan a Dios son las adquiridas en la juventud”.

La juventud es también la edad de una insatisfacción constante. Nada los colma. En todo tiempo, la satisfacción de los bienes materiales es efímera y pasajera porque el hombre siempre carga con una apetencia de Infinito. “Señor, nos hiciste para Ti y nuestra alma no encontrará reposo hasta que no descansemos en Ti”, decía San Agustín, con una total y absoluta vigencia. Esta hambruna de Dios la experimentamos porque el hombre, en verdad, ha sido creado a imagen y semejanza de Dios y en eso reside su grandeza y dignidad. Lo proclama el salmo 8: “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él? Lo hiciste un poco menos que los ángeles. Todo lo pusiste bajo sus pies.”

Este anhelo de Infinito estuvo presente en el corazón de Pier Giorgio Frassati y Carlo Acutis que los llevó a la santidad. Incluso la frase del primero: “Hacia lo alto”, no sólo indicaba la meta de la cima de la montaña que escalaba sino también el deseo de su vida de alcanzar los bienes perennes.

Cuando uno ve una juventud que se destaca en el estudio, en la investigación, en las artes, en el mundo del trabajo; que se dan tiempo para los deportes, para una labor benéfica o se dedican a misionar, al apostolado y a la oración, exclamamos: “No todo está perdido”. Hay una juventud sana que mantiene viva la llama de ese deseo por las cosas nobles.

Una cultura, se mide por la capacidad de nutrir el corazón de los hombres con esa apetencia de Dios. Lamentablemente “la cultura” dominante no ayuda a este fin. Por el contrario, quiere matar ese deseo por las cosas altas y les ofrece un abanico de entretenimientos y diversiones para acallar ese llamado y mantenerse continuamente volcados fuera de sí, al exterior.

Hoy en día, hay jóvenes que no saben quiénes son o no les importa saber eso tan básico como es el conocimiento de sí. Están heridos de un aburrimiento existencial que ha matado el tiempo y la historia, las pasiones y la esperanza. Nada es capaz de atraerles y la consecuencia de ello es el letargo y el aburrimiento crónico. Este desinterés que lo abarca todo, alcanza también a la fe cristiana.

Los jóvenes viven en un tremendo déficit educativo que abarca la familia, la escuela, la parroquia y la sociedad en su conjunto.

Ante este panorama, los jóvenes tienen como vías de escape:

-Las ideologías que ejercen una seducción sobre ellos pese al tremendo saldo de destrucción y muerte que causaron, pero ante la memoria frágil y la ignorancia juvenil, siguen atrayéndolos.

-Las relaciones “light” que generan las comunidades virtuales que les proporcionan la sensación de tener vínculos de amistad que enmascara la soledad en que viven.

-Las adicciones y placeres desenfrenados, la conversación superficial y una violencia larvada para llenar su vacío existencial.

En la crisis de los jóvenes, gran parte de la responsabilidad la tenemos los adultos. Los jóvenes acusan, en general, que los adultos les soltaron la mano, que viven en su mundo de trabajo y preocupaciones. Se quejan de la falta de maestros, de esa dirección que puede provenir de la familia o de las instituciones educativas y que nos marcan con una identidad. Hay que darles lo que la TV ni las pantallas les mostrarán. Sólo queda la palabra rectora del párroco, cuando la da y si ellos quieren escucharla.

Juan B. Terán, el fundador de nuestra universidad (UNT), ofrecía como consejo a la juventud un texto de Schiller porque él prefería repetir lo que dicen los maestros. Aspiraba no a la vanidad de hablar sino al placer de contagiar ideas. El texto es el siguiente: “Vive con tu siglo, pero no seas el juguete de tu siglo; da a tus contemporáneos no lo que ellos aplauden sino lo que ellos necesiten. Busca su aplauso por medio de su dignidad y así la nobleza de tu alma suscitará la de ellos. Vano será que pretendas destruir sus principios, vano condenar sus actos. Huye de esos caminos estériles: pero en sus ocios puedes poner tu mano creadora. Limpia sus placeres de frivolidad y grosería y, sin que lo noten, purificarás sus acciones y por último sus sentimientos. Rodéalos por doquier, de formas nobles, espirituales, de símbolos de perfección, hasta que la apariencia venza la realidad y el arte a la naturaleza.”

En estas palabras encontramos resonancias con la exhortación de San Pablo a aspirar a las cosas que sean conformes con la verdad, a procurar los bienes más altos y a todo aquello que sea noble y justo (Filip. 4,8) También en la carta a los Colosenses 3,1-3 está igual consejo: “buscad las cosas que son de arriba”

Es un desafío para los adultos conquistar el corazón de los jóvenes. Hay que crear pequeños areópagos desde donde se generen experiencias intelectuales, morales, estéticas y místicas para mostrar el rostro de la verdad, la justicia, el bien y la belleza, que son los nombres de Dios y que están inscriptos en todos los corazones, aún en el de los más protervos. Hay que nutrirlos con aquello que ni la TV, ni las redes, ni la calle les dará. Hay que saber tocar el corazón de los jóvenes pulsando la cuerda más sensible en cada uno. Los caminos para llegar a ellos son diversos. No hay que creer que las únicas puertas para entrar a la vida cristiana se reducen a la doctrina ni a la moral. Abarca nuestra vida en plenitud, en todas sus dimensiones. “He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia.” (Jn. 10,10) Aprendamos de Jesús que buscó a sus discípulos en el lugar donde transcurría su existencia. A Simón Pedro, en la barca y a Mateo en la mesa de recaudación.

Esta tarea de conquistar el corazón de los jóvenes tiene sus riesgos. Habrá que confrontar nuestra propuesta con su razón y su libertad, pero si salimos airosos de esta lucha, los jóvenes, desde la fe vivirán más intensamente sus alegrías y estarán más fortalecidos frente al sufrimiento.

En síntesis, no hay que bajar los brazos con los jóvenes. No hay que desistir de ellos. Hay muchos que deben recuperar la alegría de vivir para no sentirse como invitados forzosos en el banquete de la vida.

Que el ejemplo de estos dos nuevos santos inspire a la juventud hacia el camino del bien.

 

Autora: Graciela Assaf de Viejobueno

Graciela E. Assaf de Viejobueno 11 de septiembre de 2025
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