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La realidad social argentina de cara a octubre

Responsabilizar al gobierno de Javier Milei por las heridas abiertas en el cuerpo social argentino sería, al menos, injusto. Pero pensar que no tiene la obligación de curarlas sería ingenuo. La Argentina está en carne viva: con una economía que intenta ordenarse a los golpes y con millones de personas que sienten, en su mesa también, el peso de la mochila del ajuste.

 

El costo del viaje

Para el oficialismo no hay otro camino: hay que cruzar el desierto para llegar al oasis prometido. Pero, ¿Qué ocurre con los que no tienen fuerzas para caminar? ¿Qué pasa con los que se quedan tirados en la arena ardiente?

En las calles se escucha ese cansancio. La señora que antes pagaba la factura de luz sin pensar demasiado, hoy se angustia con el monto. El joven emprendedor que soñaba con agrandar su taller se topa con un crédito ya, imposible. El comerciante que pelea todos los días con precios que suben y no puede reponer.

La macroeconomía puede mostrar señales de orden, pero en la vida cotidiana esas cifras suenan lejanas.

 

La realidad que vivimos hace 20 años

En las villas y asentamientos, donde vive cerca de un 10% del país (son más de 5 millones de argentinos, según las estadísticas), la pobreza no es un número, es una realidad de años. María, madre de tres hijos, cuenta que a veces cenan en el comedor comunitario porque la plata no alcanza. Julián, de 10 años, juega a la pelota descalzo en una calle de tierra que se convierte en barro cada vez que llueve.

Quien nace pobre, suele morir pobre. La vieja idea de que “si estudiás y trabajás vas a salir adelante” ya no convence como antes. La movilidad social que fue orgullo argentino parece haberse oxidado.

 

Remar sin salvavidas

Un poco más arriba en la pirámide, la clase media sobrevive como puede. Profesionales que antes tenían un sueldo estable hoy se aferran al monotributo. Es verdad, la inflación carcomía cada día ese salario, pero la remaban. Hoy, padres que hacen cuentas para decidir si pagan el colegio o si cambian de prepaga están viendo que el esfuerzo que votaron no dá resultados en su microeconomía familiar. Jubilados que, en lugar de descansar, buscan changas porque la mínima no alcanza ni para los remedios. Y más de uno se aferra a las promesas de quienes hace menos de 5 años anularon los beneficios salariales que el gobierno de Macri les dio, volviendo a votar al verdugo.

Hay un hilo invisible que conecta a todos: remar sin salvavidas. Cada aumento en el supermercado, cada tarifa que se dispara, cada colectivo más caro es un recordatorio de que el esfuerzo cotidiano ya no garantiza el progreso. Ese que todos esperan verlo en su metro cuadrado.

 

El peso del tiempo: la tercera edad en vilo

En la voz de los jubilados el malestar se vuelve aún más crudo. Don Alberto, 72 años, todavía trabaja de sereno. “Si me quedo con la jubilación, no pago ni el alquiler”, dice. Su esposa, que fue maestra, calcula cada comida del mes para que rinda, como antes. “Como siempre”, dice Don Alberto, desesperanzado una vez más, ante el impiadoso veto.

La vejez, que debería ser descanso, se ha convertido en una batalla diaria. Muchos alquilan, y el alquiler se lleva casi todo. Otros eligen entre remedios y comida. En sus relatos hay tristeza, pero también una dignidad que conmueve: “Nos criamos luchando, no vamos a bajar los brazos ahora”, también dicen otros. Son los que trabajaron toda su vida, no los que entraron por la ventana, sin aportar, y hoy se quejan porque la “mínima” no les alcanza. Un tema no resuelto por el gobierno aún, y que es, también, la causa de los magros ingresos jubilatorios.

 

El fantasma del dólar

Sobre todas estas vidas, además, pende una sombra: el dólar. Basta con que se mueva un poco para que el clima social se tense. Nadie entiende del todo por qué, pero todos lo sienten: cuando sube el verde, sube todo. La carne, el pan, el transporte. Y cuando baja, es necesario decirlo, las cosas no bajan, eh?

La realidad es que, en medio de la estampida política-electoral, el Gobierno intenta contenerlo, aunque sea a costa de quemar reservas y subir tasas que ahogan la producción. Mientras tanto, en los barrios la pregunta no es cuánto vale el dólar, sino cuánto rinde el sueldo hasta fin de mes. Y en la city unos pocos ganan cientos de miles de pesos en unos días…

 

Una sociedad desconfiada

En la calle, la gente ya no cree demasiado en los números oficiales. Aunque el Gobierno festeje que la inflación baja, en la góndola la sensación es otra. “Dicen que los precios se frenaron, pero yo cada semana gasto más”, se queja Claudia, empleada de comercio.

Es verdad que las cosas cambiaron. Es verdad que la inflación del 20% mensual de Massa, con plan platita incluido, está muy lejos, así como el 50% de pobres que también bajó 10 puntos, es justo decirlo. Peero…

Las principales preocupaciones se repiten como un eco: la plata que no alcanza, la corrupción que nunca termina, el miedo a perder el trabajo, la inseguridad que acecha. El desencanto atraviesa todas las conversaciones, desde la parada del colectivo hasta la mesa del domingo. Son casi dos años, y el desierto no muestra el oasis a lo lejos, sino nuevos nubarrones: posible corrupción al lado del presidente, falta de diálogo político con gobiernos provinciales, falta de empatía con los más vulnerables (los discapacitados, todo un tema, mal manejado por el gobierno, que creyó que era lo mismo el presupuesto universitario politizado a los aranceles de los servicios de discapacidad).

 

Octubre como bisagra

El horizonte inmediato es octubre, con las elecciones legislativas. Analistas dicen que será un punto de inflexión: un buen resultado para el oficialismo podría abrir un camino hacia tasas más bajas, un dólar controlado y confianza para invertir.

Pero la otra opción también está sobre la mesa: que el malestar se imponga y la crisis se profundice. Que la promesa del oasis siga siendo solo eso, una promesa. Y lo peor, que cierta oposición busque, a su beneficio electoral, desestabilizar estos indicadores, sembrar un caos que no existe, pero puede lograrlo agitando a la sociedad. De hecho, ya lo está haciendo: se habla de un paro general, se pide juicio político y destitución; en fin, todo lo contrario a sostener una economía en pro del bien común, en favor de los más necesitados, a los que la política debería priorizar, independientemente si está una parte en el gobierno o en la oposición, como en ya pocas democracias estables.

 

La Argentina posible

En medio del ruido, quedan las historias pequeñas que sostienen la esperanza. El comedor donde una vecina cocina para 80 chicos con lo poco que consigue. El joven que arma su emprendimiento online porque no encuentra trabajo formal. El abuelo que enseña a su nieto a reparar bicicletas para que aprenda un oficio. El papá que sigue enseñando con el ejemplo a sus hijos, trabajando incansablemente y brindando la palabra mesurada en la mesa familiar.

El presente argentino es duro, pero no definitivo. La nación que alguna vez soñó con ser “granero del mundo” y que todavía cuenta con recursos humanos y naturales de sobra, enfrenta un dilema existencial: o logra recomponer el tejido social mientras ordena la macroeconomía, o corre el riesgo de consolidar un modelo de exclusión permanente, volviendo a un populismo que quiere tanto a los pobres, que los multiplicó en 40 años de democracia.

Argentina está en carne viva, pero aún respira. El desafío es que las promesas de estabilidad y crecimiento no dejen a muchos en el camino, tirados en el desierto. Que nos aferremos a los valores cristianos que la fundaron para sostener a los más necesitados en este tránsito a la tierra prometida. Con mano dura, como se votó mayoritariamente, a la corrupción, aún esté dentro del gobierno. Pero con cercanía a la gente, y sin soberbia (que de esa ya tuvimos demasiado en interminables cadenas nacionales).

 

Sepa el pueblo votar …y el gobierno escuchar

El mercado no manda, es el pueblo el que demanda: más sensibilidad social, más diálogo constructivo. Sólo unidos, aún con diferencias, vamos a sacar a la Argentina del círculo vicioso en la que la partidocracia egoísta nos metió y aún no podemos salir. Unidos, como cuando alentamos a la selección. Unidos, como cuando el pueblo con fe le pide a la Virgen su protección intercesora en Luján. Dios nos ayude a construir esa unidad tan anhelada, a cruzar el desierto y llegar a la tierra promisoria que nuestros próceres soñaron y por la que lucharon y dieron la vida.

La realidad social argentina de cara a octubre
El Cristiano 12 de septiembre de 2025
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