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Uruguay aprobó la ley de eutanasia. Los ancianos y enfermos argentinos en alerta.

Uruguay se convirtió este miércoles en el primer país vecino en despenalizar la eutanasia, tras una intensa sesión parlamentaria en la que la iniciativa obtuvo 20 votos a favor de un total de 31 senadores. El debate, cargado de tensión y de argumentos éticos, sociales y económicos, marca un punto de inflexión en la región y despierta preocupación en la Argentina, donde ya existen proyectos legislativos que buscan legalizar el “suicidio asistido”, que como vemos en otros países que ya lo tienen, termina en “asesinato asistido” decidido por otros contra el paciente terminal. O no terminal...

 

Un debate atravesado por dilemas morales y económicos

Durante la sesión, Daniel Borbonet, senador del Frente Amplio, expresó que “depende de nosotros que los pacientes tengan la posibilidad de elegir”, sintetizando el argumento central de los impulsores de la ley: el “derecho individual” (?) a decidir sobre el final de la propia vida.

Sin embargo, otros legisladores advirtieron sobre los riesgos y vacíos del texto aprobado. El senador Gustavo Zubia, del Partido Colorado, sostuvo que el proyecto “necesitaría reformas importantes en su diseño general” y reclamó “un marco de garantías que dé estabilidad al sistema, para evitar resultados negativos”.

Por su parte, la senadora Graciela Bianchi, del Partido Nacional, confrontó con dureza ese planteo y puso el foco en la dimensión económica detrás del debate: “¿Querés que te diga cuánto cuesta atenderte en un seguro privado de salud? ¿Cuánto cuesta un medicamento? ¿Cuál es el negocio ahí? ¿Que se muera el paciente o cobrar esos altísimos costos?”.

El intercambio reflejó el trasfondo de una discusión que no solo aborda la libertad de elección o el sufrimiento terminal, sino también los costos sanitarios, la presión sobre los sistemas de salud y el valor de la vida humana en las sociedades modernas.

 

Uruguay, entre los pocos países que permiten la eutanasia

Con esta decisión, Uruguay se suma a un reducido grupo de países que permite la eutanasia o el suicidio asistido, entre los que figuran Canadá, Colombia, los Países Bajos, Nueva Zelanda y España.

El paso uruguayo, aplaudido por sectores progresistas, genera sin embargo preocupación en la Argentina, donde —según advierten voces religiosas y médicas— podría replicarse el camino que otros países han transitado, en el que el supuesto “derecho a morir dignamente” termina convirtiéndose en lo que definen como “asesinato asistido”.

“Esperemos que Argentina reflexione ante este atropello a la dignidad de las personas y su condición humana”, se sostiene desde distintos sectores críticos, que interpretan la medida como una expresión más de la llamada ‘Cultura de la Muerte’, que avanza sobre los valores de la vida y la protección del más débil.

 

La eutanasia: un debate moral profundo

Entre el derecho individual y la convivencia social

La aprobación de la ley uruguaya reactiva una batalla jurídica y cultural que se viene librando en todo el mundo: el intento de reconocer un supuesto “derecho a la muerte digna”.

Esta idea no puede considerarse un derecho, sino un error ético con graves consecuencias sociales. Hay que distinguir entre las decisiones personales de conciencia y lo que se pretende imponer como norma legal para todos.

Una de las estrategias del discurso pro-eutanasia es presentar como normales situaciones extremas —como la de una persona con discapacidad severa que expresa no querer seguir viviendo—, cuando en realidad tales casos son excepcionales.

Ejemplos recientes lo confirman: asociaciones de lesionados medulares y grandes minusválidos, como la Federación Nacional de España, han declarado que la inmensa mayoría de las personas con discapacidad rechaza la eutanasia, porque no se consideran indignas ni desean morir. Por el contrario, destacan su capacidad de resiliencia y su valor humano. Tetraplégicos, los casos más usados como argumento, viven dignamente; sí, gracias al enorme esfuerzo y amor de sus familias, incluso muchos sin la ayuda del Estado; eso que sí, los parlamentarios, deberían conseguir para ellos, no una salida rápida del problema.

 

Un falso progreso que esconde un retroceso

Quienes se oponen a la eutanasia advierten que lo que se presenta como un avance humanitario es, en realidad, un retroceso histórico. En la antigüedad, tanto en sociedades primitivas como en Grecia y Roma, la práctica no era mal vista. Fue el cristianismo el que introdujo un cambio radical al reconocer el valor intrínseco e inviolable de toda vida humana.

Por eso, despenalizar la eutanasia no es progreso, sino un retorno a épocas donde la vida valía según su utilidad o conveniencia, una idea incompatible con los fundamentos de la civilización occidental que se sostiene en los principios cristianos.

 

Un grave mal moral. La libertad mal entendida

En el centro del debate aparece la noción moderna de libertad (o elegir lo que quiera, así sea pernicioso para mi vida). Para muchos, la eutanasia se legitima a partir de una visión individualista y egocéntrica, donde la libertad se entiende como la capacidad de decidir cualquier cosa, incluso la propia muerte. Muy diferente a lo que es la libertad en realidad, que enseñó Occidente hasta Voltaire, donde la libertad es elegir entre los bienes el mejor de los bienes. No es libertad elegir algo que hará mal a terceros o a uno mismo. Ni a la sociedad.

Frases como “mi vida es mía” o “no se me puede obligar a vivir” se repiten como argumentos de autonomía. Pero esa libertad mal entendida rompe los lazos de solidaridad y destruye la convivencia. El ser humano, al erigirse en dueño absoluto de la vida, se coloca en el lugar de Dios y pierde de vista el valor comunitario de la existencia.

 

El culto a la vida sin dolor

La cultura actual, dominada por el bienestar y el consumo, promueve la idea de que una vida valiosa es una vida sin sufrimiento. El dolor y el sacrificio no lo son. Son vistos como restos de una época superada.

Sin embargo, quienes se oponen a la eutanasia sostienen que el sufrimiento, asumido con amor y esperanza, puede ennoblecer al ser humano. No se trata de exaltar el dolor, sino de reconocer que enfrentarlo con dignidad tiene un valor moral y espiritual que la cultura moderna parece haber olvidado.

 

La vida: un don, no una propiedad. Un bien que trasciende al individuo

Si bien cada persona es responsable de su vida, esta no puede ser considerada una propiedad absoluta. La vida no es un objeto de uso o consumo; es un don del Creador, un bien común que trasciende la esfera individual. Y el Estado, más allá de la visión religiosa, también debe respetarla por la dignidad humana reconocida, al menos hasta ahora, en Argentina y casi todo el mundo libre.

Concebirla como algo disponible a voluntad implica despojarla de su misterio y dignidad, reduciéndola a un bien material. En ese sentido, la eutanasia —incluso cuando se presenta como un acto de libertad— socava los cimientos morales y espirituales de la sociedad.

 

Consecuencias sociales y éticas de la despenalización

 

Presión sobre los ancianos y enfermos: Uno de los mayores riesgos señalados es la presión moral sobre los más vulnerables. En una sociedad que legitima la eutanasia, los ancianos, discapacitados o enfermos podrían sentirse obligados a pedir la muerte para no ser una carga.

La supuesta libertad de elección se convierte así en una forma de coacción institucionalizada, donde quienes más necesitan cuidado y compañía se verían empujados a desaparecer.

 

El riesgo de muertes impuestas

La experiencia internacional demuestra que la eutanasia voluntaria puede derivar en eutanasia no voluntaria o impuesta. En 1995 murieron en Holanda 19.600 personas de muerte causada (“sanitariamente”) por acción u omisión. De estas personas sólo 5.700 sabían lo que estaba sucediendo. En el resto de los casos, los interesados no sabían que otros tomaban por ellos la decisión de que ya no tenían que seguir viviendo.

Esto revela un peligro inherente: una vez abierta la puerta a la eliminación de la vida humana por “compasión”, se debilita toda garantía ética y legal que impida su abuso.

 

Pérdida de confianza en la medicina y en la familia

La legalización también quiebra la confianza entre médicos y pacientes, y erosiona los vínculos familiares. Si los enfermos perciben que su vida puede ser interrumpida “por su bien”, el miedo reemplazará a la seguridad, y el hospital o el hogar dejarán de ser espacios de cuidado.

En una sociedad regida por criterios economicistas y de eficiencia, la eutanasia se convertiría en una herramienta para descartar vidas consideradas inútiles o costosas, profundizando la deshumanización del sistema.

 

Fe, esperanza y compasión verdadera. El sentido cristiano del sufrimiento

Desde la fe, la vida es un camino hacia la eternidad, y la muerte, un tránsito, no un fracaso. El sufrimiento, asumido con esperanza, no destruye al ser humano: lo engrandece.

Quienes afrontan el dolor con fortaleza son testimonio vivo de la dignidad humana y el mayor obstáculo frente a la expansión de la llamada “cultura de la muerte”.

 

Morir con dignidad

La verdadera compasión no consiste en eliminar al que sufre, sino en acompañarlo, cuidarlo y aliviar su dolor. Ejemplos como el de la Madre Teresa de Calcuta ilustran la auténtica respuesta humana y cristiana ante el sufrimiento: presencia, consuelo y amor hasta el final natural de la vida.

La Iglesia, junto a numerosas instituciones y voluntarios, promueve los cuidados paliativos como el camino hacia una muerte buena y digna, donde el paciente recibe no solo atención médica, sino también apoyo humano y espiritual. Las asociaciones médicas argentinas también, desde un punto de vista estrictamente ético e hipocrático.

 

Un llamado a la conciencia

La aprobación de la eutanasia en Uruguay marca un antes y un después en la región. Pero también invita a la reflexión.

Ojalá que no nos pase a los argentinos lo que desde hoy va a sufrir la sociedad uruguaya donde una veintena de políticos ha degradado la calidad ética y humana de la legislación, y a la sociedad toda.

Frente al avance de esta nueva “normalidad”, la respuesta no puede ser la resignación, sino la defensa firme del valor de la vida. Porque la verdadera civilización no se mide por la capacidad de matar con “compasión”, sino por la de acompañar con amor.

Uruguay aprobó la ley de eutanasia. Los ancianos y enfermos argentinos en alerta.
El Cristiano 16 de octubre de 2025
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