Un dogma que marcó un hito
El 1 de noviembre de 1950, el papa Pío XII proclamó el dogma de la Asunción de la Virgen María en cuerpo y alma al cielo, el último gran dogma de fe definido por la Iglesia católica.
Cada 15 de agosto, los fieles celebran esta solemnidad, que no solo exalta la figura de María, sino que también encierra una profunda enseñanza sobre la dignidad del ser humano.
Aunque pueda pasar desapercibido, el dogma de la Asunción lleva implícito un mensaje antropológico esencial: el reconocimiento del cuerpo humano como parte integral y valiosa de la persona, creada por Dios y destinada a la gloria eterna.
El respeto por la corporeidad
La Asunción de María expresa que la persona humana, en su totalidad —cuerpo y alma—, es objeto del amor y del plan divino.
No se trata de una idea abstracta o puramente espiritual: el dogma afirma que el cuerpo tiene un valor sagrado, porque forma parte de nuestra identidad.
En ese sentido, la Iglesia ve en esta verdad revelada un fundamento para toda su doctrina sobre la dignidad de la vida humana. Desde la concepción hasta la muerte natural, el cuerpo merece respeto y cuidado. Por eso, la moral católica no puede aceptar prácticas que atenten contra la vida, como el aborto o la eutanasia.
“Toda nuestra persona humana —enseña la Iglesia— está llamada a participar de la santidad y de la gloria de Dios”.
En María, esa promesa se cumple plenamente: al final de su vida terrena, es asunta al cielo para compartir la gloria de su Hijo resucitado.
La Asunción y la visión cristiana del cuerpo
El mensaje del dogma tiene implicaciones teológicas y culturales profundas.
A través de María, la Iglesia recuerda que el cuerpo no es un simple instrumento ni un “envase” del alma, sino parte esencial del ser humano.
La fe cristiana no desprecia la materia ni la biología: las integra en la visión de una creación buena, amada y redimida por Dios.
En un mundo donde a menudo se separa el cuerpo del espíritu —ya sea por el materialismo o por el relativismo moral—, la Asunción ofrece una visión unitaria del ser humano.
El cuerpo no es propiedad individual ni objeto de manipulación: es don y misión.
De Pío XII a Pablo VI: la continuidad del mensaje
La proclamación del dogma de la Asunción fue, en su momento, una afirmación contracultural. Apenas dos décadas más tarde, en plena revolución sexual de los años 60, el papa Pablo VI reafirmó esa misma visión en la encíclica Humanae Vitae (1968).
Allí defendió la enseñanza tradicional de la Iglesia sobre la sexualidad, el matrimonio y la familia, destacando el sentido unitivo y procreador del amor humano.
Pablo VI, al igual que sus predecesores, vio en el respeto al cuerpo y a la vida un camino de libertad verdadera, no una imposición moralista.
El cuerpo humano —según la enseñanza católica— es templo del Espíritu Santo, llamado a reflejar el amor divino en su totalidad.
Juan Pablo II y la teología del cuerpo
El papa San Juan Pablo II profundizó este mensaje en sus célebres catequesis sobre la teología del cuerpo, pronunciadas entre 1979 y 1984.
En ellas, explicó que la sexualidad, la unión conyugal y la diferencia entre varón y mujer son signos visibles del misterio divino.
Para el Pontífice, María Asunta al cielo es la prueba más luminosa de que el cuerpo humano está llamado a la resurrección y a la gloria.
Su enseñanza mostró cómo el dogma mariano se traduce en una visión integral de la persona, que ilumina cuestiones contemporáneas como la bioética, la identidad sexual y la defensa de la vida.
Contra el desprecio del cuerpo
Desde sus orígenes, la Iglesia ha defendido la corporeidad humana frente a las herejías que la despreciaban.
En los primeros siglos del cristianismo, el gnosticismo enseñaba que el cuerpo era algo inferior o incluso malo, mientras que solo el espíritu poseía valor.
Los Padres de la Iglesia —como san Ireneo, san Agustín o san Atanasio— rechazaron con firmeza esas doctrinas, afirmando que la Encarnación de Cristo dignificó para siempre la carne humana.
El dogma de la Asunción de María es, en ese sentido, la culminación de esa defensa histórica: el cuerpo no es enemigo del alma, sino parte esencial del destino eterno del hombre.
Un dogma actual y necesario
A 75 años de su proclamación, el dogma de la Asunción de la Virgen María sigue siendo una fuente de esperanza y una brújula moral.
En un tiempo en que la vida humana se relativiza, y en que se discuten leyes sobre aborto, eutanasia o manipulación genética, la Asunción recuerda que el cuerpo es sagrado, desde el primer instante hasta el último respiro.
María, elevada al cielo en cuerpo y alma, anticipa el destino de todos los hombres: la plenitud de la vida y la comunión con Dios.
Su ejemplo sigue inspirando a millones de creyentes a mirar el cuerpo no como un límite, sino como una promesa de eternidad.