Ir al contenido

León XIV a los jóvenes: “La fe no apaga la inteligencia, la ilumina”

El Papa León XIV recibió este jueves a estudiantes y docentes de todo el mundo con motivo del Jubileo del Mundo Educativo, celebrado en Roma. En un discurso que combinó ternura pastoral y rigor intelectual, el Pontífice invitó a los jóvenes a descubrir la belleza de aprender “no sólo para saber más, sino para vivir mejor”. “La fe no apaga la inteligencia, la ilumina”, afirmó con énfasis, retomando una de las líneas que definen su magisterio: la unidad entre razón, fe y cultura como camino hacia la plenitud humana.

 

El Jubileo de la educación: fe, razón y esperanza

El encuentro formó parte del Año Jubilar 2025, dedicado a la esperanza. En el Aula Pablo VI, el Papa se dirigió a un auditorio compuesto por estudiantes, profesores, universitarios y representantes de centros católicos de enseñanza, subrayando que educar es “un acto de esperanza” y una de las formas más altas de amor.

“La educación es una siembra que no da fruto de inmediato —dijo—, pero quien enseña participa en la misma obra creadora de Dios, ayudando a otros a crecer en sabiduría, libertad y amor.”

El Papa advirtió contra la “educación sin alma”, que forma técnicos y consumidores pero no personas, y pidió recuperar el sentido de la formación como vocación espiritual y cultural.

 

El sentido cristiano del conocimiento

León XIV recordó a los presentes que la fe no se opone al pensamiento, sino que lo purifica. “Creer no es renunciar a pensar —explicó—, sino abrir la mente a una luz más grande, que viene de Dios y que nos permite comprender mejor el misterio del mundo y de nosotros mismos.”

Citó a san Agustín y a santo Tomás de Aquino para subrayar que “la inteligencia es don de Dios, pero necesita ser guiada por el amor y orientada al bien”. En este sentido, insistió en que la universidad y la escuela católica deben ser “laboratorios de verdad”, no lugares de adoctrinamiento ideológico ni espacios de confrontación política.

 

Una educación integral y abierta a la trascendencia

En su mensaje, el Papa animó a los jóvenes a no dejarse atrapar por el utilitarismo o el individualismo: “No estudien sólo para ganar dinero o para destacar, sino para servir al bien común.”

Subrayó la importancia de la dimensión espiritual de la educación, especialmente en una época dominada por la inteligencia artificial y el consumo de información. “Necesitamos corazones que piensen y mentes que amen”, afirmó.

León XIV recordó además que el verdadero maestro es quien enseña “no sólo a razonar, sino a esperar”, quien ayuda a los alumnos a encontrar sentido y no sólo soluciones.

 

El magisterio de la esperanza

El tono del discurso enlaza directamente con la carta apostólica Disegnare nuove mappe di speranza, publicada días antes, donde el Papa trazó una nueva pedagogía de la claridad. Ambos textos reflejan una misma convicción: la cultura católica debe recuperar su papel de guía moral y espiritual en la sociedad contemporánea.

“Educar —afirmó el Papa— es un acto de fe en el futuro. Y los cristianos, precisamente porque creen en la resurrección, no se cansan de empezar de nuevo.”

 

Una palabra final a los jóvenes

Antes de concluir, León XIV exhortó a los jóvenes a no dejarse vencer por el desánimo ni por la mediocridad: “No tengan miedo de pensar con libertad, pero tampoco teman creer. La fe y la razón son como dos alas que nos elevan hacia la verdad.”

El Papa pidió a los educadores que acompañen a los jóvenes “no con discursos, sino con testimonio”, y que la escuela católica sea siempre “una casa de esperanza, donde se aprenda a vivir y a amar”.

 

Dejamos a continuación el mensaje completo de León XIV:

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo,

¡La paz esté con ustedes!

Queridos chicos y chicas, ¡buenos días!

¡Qué alegría encontrarme con ustedes! ¡Gracias! He esperado este momento con gran emoción: vuestra compañía me hace recordar los años en los que enseñaba matemáticas a jóvenes vivaces como ustedes. Les agradezco por haber respondido así, por estar aquí hoy, para compartir las reflexiones y esperanzas que, a través de ustedes, entrego a nuestros amigos esparcidos por todo el mundo.

Quisiera comenzar recordando a Pier Giorgio Frassati, un estudiante italiano que, como saben, fue canonizado durante este año jubilar. Con su alma apasionada por Dios y por el prójimo, este joven santo acuñó dos frases que repetía con frecuencia, casi como un lema. Decía: “Vivir sin fe no es vivir, sino sobrevivir”, y también: “Hacia lo alto”.

Son afirmaciones muy verdaderas y alentadoras. También a ustedes les digo: tengan la audacia de vivir en plenitud. No se conformen con las apariencias o con las modas: una existencia reducida a lo pasajero nunca nos satisface. En cambio, que cada uno diga en su corazón: “Sueño con más, Señor; deseo más: ¡inspírame tú!”

Ese deseo es su fuerza, y expresa bien el compromiso de jóvenes que quieren construir una sociedad mejor, de la que no aceptan ser simples espectadores.

Por eso los animo a tender constantemente “hacia lo alto”, encendiendo el faro de la esperanza en las horas oscuras de la historia. ¡Qué hermoso sería que un día su generación fuera recordada como la “generación plus”, reconocida por la energía extra que sabrá dar a la Iglesia y al mundo!

Esto, queridos jóvenes, no puede ser el sueño de una sola persona: unámonos, entonces, para hacerlo realidad, testimoniando juntos la alegría de creer en Jesucristo.

¿Cómo lograrlo? La respuesta es esencial: a través de la educación, uno de los instrumentos más bellos y poderosos para cambiar el mundo.

El amado Papa Francisco, hace cinco años, lanzó el gran proyecto del Pacto Educativo Global: una alianza de todos los que, de diversas maneras, trabajan en el ámbito de la educación y la cultura, para involucrar a las nuevas generaciones en una fraternidad universal.

Ustedes no son solo destinatarios de la educación, sino también sus protagonistas.

Por eso hoy les pido que se unan para abrir una nueva etapa educativa, en la que todos —jóvenes y adultos— seamos testigos creíbles de la verdad y de la paz.

Por ello les digo: están llamados a ser truth-speakers y peace-makers, personas de palabra y constructores de paz. Involucren a sus compañeros en la búsqueda de la verdad y en la construcción de la paz, expresando esas dos pasiones con su vida, con sus palabras y con sus gestos cotidianos.

A propósito, junto al ejemplo de san Pier Giorgio Frassati quiero unir una reflexión de san John Henry Newman, un santo estudioso que pronto será proclamado Doctor de la Iglesia.

Él decía que el saber se multiplica cuando se comparte, y que es en el diálogo de las mentes donde se enciende la llama de la verdad.

Así, la verdadera paz nace cuando muchas vidas, como estrellas, se unen y forman un dibujo. Juntos podemos formar constelaciones educativas, que orienten el camino del futuro.

Como exprofesor de matemáticas y física, permítanme hacer con ustedes un pequeño cálculo.

¿Tienen pronto examen de matemáticas? Veamos…

¿Saben cuántas estrellas hay en el universo observable? Es un número impresionante y maravilloso: un sextillón de estrellas, un 1 seguido de 21 ceros. Si las dividiéramos entre los 8 mil millones de habitantes de la Tierra, a cada persona le corresponderían cientos de miles de millones de estrellas.

A simple vista, en las noches claras, podemos distinguir unas cinco mil. Aunque existen miles de miles de millones de estrellas, solo vemos las constelaciones más cercanas; pero esas nos indican una dirección, como cuando se navega en el mar.

Desde siempre los viajeros han encontrado su rumbo siguiendo las estrellas.

Los marineros seguían la Estrella Polar; los polinesios cruzaban el océano memorizando mapas estelares. Según los campesinos de los Andes —a quienes conocí cuando fui misionero en Perú— el cielo es un libro abierto que marca las estaciones de la siembra, de la esquila y de los ciclos de la vida.

Incluso los Magos siguieron una estrella para llegar a Belén y adorar al Niño Jesús.

Como ellos, también ustedes tienen estrellas-guía: los padres, los maestros, los sacerdotes, los buenos amigos; brújulas para no perderse en las alegrías y en las penas de la vida.

Y como ellos, están llamados a convertirse a su vez en testigos luminosos para quienes los rodean.

Pero, como decía, una estrella sola permanece aislada; unida a las demás, en cambio, forma una constelación, como la Cruz del Sur. Así son ustedes: cada uno es una estrella, y juntos están llamados a orientar el futuro.

La educación une a las personas en comunidades vivas y organiza las ideas en constelaciones de sentido.

Como escribe el profeta Daniel: «Los que enseñaron a muchos la justicia brillarán como las estrellas por toda la eternidad» (Dn 12,3).

¡Qué maravilla! Somos estrellas, sí, porque somos chispas de Dios. Educar significa cultivar ese don.

La educación, de hecho, nos enseña a mirar hacia lo alto, siempre más alto.

Cuando Galileo Galilei apuntó el telescopio al cielo, descubrió mundos nuevos: las lunas de Júpiter, las montañas de la Luna.

Así es la educación: un telescopio que nos permite mirar más allá, descubrir lo que solos no podríamos ver.

No se detengan mirando el smartphone y sus velocísimos fragmentos de imágenes: miren al Cielo, miren hacia lo alto.

Queridos jóvenes, ustedes mismos han señalado la primera de las nuevas tareas que nos comprometen en nuestro Pacto Educativo Global, expresando un deseo fuerte y claro: “Ayúdennos a educarnos para la vida interior.”

Esa petición me impresionó profundamente.

No basta tener gran conocimiento si luego no sabemos quiénes somos ni cuál es el sentido de la vida.

Sin silencio, sin escucha, sin oración, hasta las estrellas se apagan.

Podemos saber mucho del mundo y, sin embargo, ignorar nuestro propio corazón.

También ustedes habrán sentido alguna vez esa sensación de vacío, de inquietud que no deja en paz.

En los casos más graves, asistimos a episodios de malestar, violencia, acoso, dominación, e incluso jóvenes que se aíslan y ya no quieren relacionarse con los demás.

Pienso que detrás de esos sufrimientos está también el vacío provocado por una sociedad incapaz de educar la dimensión espiritual del ser humano, limitándose a lo técnico, lo social o lo moral.

De joven, san Agustín era un muchacho brillante, pero profundamente insatisfecho, como él mismo relata en sus Confesiones. Buscaba en todas partes —en la carrera, en los placeres— y probaba de todo, sin encontrar ni verdad ni paz, hasta que descubrió a Dios en su propio corazón.

Entonces escribió una frase que vale para todos nosotros: «Mi corazón está inquieto hasta que descanse en Ti».

Eso significa educar para la vida interior: escuchar nuestra inquietud, no huir de ella ni intentar llenarla con lo que no sacia.

Nuestro deseo de infinito es la brújula que nos dice: “No te conformes; estás hecho para algo más grande. No sobrevivas: vive.”

La segunda de las nuevas tareas educativas es un desafío cotidiano en el que ustedes son verdaderos maestros: la educación digital.

Viven inmersos en ella, y no es algo malo: ofrece enormes oportunidades de estudio y comunicación.

Pero no permitan que sea el algoritmo quien escriba su historia.

Sean ustedes los autores: usen la tecnología con sabiduría, pero no permitan que la tecnología los use a ustedes.

También la inteligencia artificial es una gran novedad —una de las rerum novarum de nuestro tiempo—; pero no basta con ser “inteligentes” en la realidad virtual: hay que ser humanos con los demás, cultivando una inteligencia emocional, espiritual, social y ecológica.

Por eso les digo: edúquense para humanizar lo digital, construyéndolo como un espacio de fraternidad y creatividad, no como una jaula donde encerrarse, ni como una dependencia o una huida.

En lugar de turistas de la red, ¡sean profetas en el mundo digital!

En este sentido tenemos un ejemplo actualísimo de santidad: san Carlo Acutis.

Un joven que no se hizo esclavo de la red, sino que la utilizó con habilidad para el bien.

San Carlo unió su bella fe con su pasión por la informática, creando un sitio sobre los milagros eucarísticos y haciendo así de Internet un instrumento de evangelización.

Su iniciativa nos enseña que lo digital es educativo cuando no nos encierra en nosotros mismos, sino que nos abre a los demás; cuando no te pone en el centro, sino que te orienta hacia Dios y hacia los otros.

Queridísimos, llegamos finalmente a la tercera gran tarea que hoy les confío y que está en el corazón del nuevo Pacto Educativo Global: la educación para la paz.

Ustedes ven bien cuánto nuestro futuro está amenazado por la guerra y por el odio que divide a los pueblos.

¿Se puede cambiar ese futuro? ¡Ciertamente!

¿Cómo? Con una educación para la paz desarmada y desarmante.

No basta hacer callar las armas: hay que desarmar los corazones, renunciando a toda violencia y vulgaridad.

Así, una educación desarmante y desarmada crea igualdad y crecimiento para todos, reconociendo la igual dignidad de cada niño y de cada niña, sin dividir jamás a los jóvenes entre unos pocos privilegiados que acceden a escuelas carísimas y muchos que no tienen acceso a la educación.

Con gran confianza en ustedes, los invito a ser constructores de paz, ante todo allí donde viven: en la familia, en la escuela, en el deporte, entre los amigos, acercándose a quienes provienen de otras culturas.

Para concluir, queridísimos, su mirada no se fije en las estrellas fugaces, a las que se confían deseos frágiles.

Miren aún más alto, hacia Jesucristo, “el sol de justicia” (cf. Lc 1,78), que los guiará siempre por los senderos de la vida.

 

Fuente: Info Vaticana

30 de octubre de 2025
Iniciar sesión dejar un comentario
El Cardenal Burke celebró la Santa Misa en latín en la Basílica de San Pedro