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¿Desconectados en un mundo hiperconectado?

—No te lo vas a creer, pero ayer olvidé el celular en casa y fue el día más raro en mucho tiempo —dijo Marcos, dejando caer su mochila en la mesa del café.

—¿Cómo que lo olvidaste? ¿Estás bien? —bromeó Lucas, mirándolo como si hubiera cometido un crimen imperdonable.

—¡Te juro que sí! Salí apurado y cuando me di cuenta ya estaba en el colectivo. Lo primero que sentí fue pánico. ¿Cómo iba a avisarte que llegaba tarde? ¿Cómo iba a revisar los mensajes del trabajo? Pensé en bajarme y volver a buscarlo, pero ya era tarde.

—Eso sí que es un drama moderno —se rió Lucas—. ¿Y qué hiciste? ¿Sobreviviste sin WhatsApp?

—Eso es lo increíble. Al principio me sentía desnudo, como si me faltara algo esencial. En la oficina, cada vez que quería revisar la hora, instintivamente buscaba el celular en el bolsillo. Fue una locura darme cuenta de cuántas veces lo hago sin pensarlo. Pero luego... fue como un alivio. No tenía distracciones, pude concentrarme en el trabajo sin interrupciones. Incluso tuve conversaciones reales con los compañeros en el almuerzo.

Lucas lo miró con una ceja levantada.

—¿Me estás diciendo que tuviste un día productivo sin el teléfono? ¡Inaudito!

—Exacto. Pero lo mejor fue la vuelta a casa. En el colectivo, en lugar de sumergirme en la pantalla, miré a la gente. Vi a una señora que le contaba una historia a su nieta, a un chico dibujando en un cuaderno, a una pareja riéndose juntos... Y ahí me cayó la ficha: siempre estamos con la cabeza en la pantalla, pero nos estamos perdiendo la vida real.

Lucas tomó un sorbo de su café, pensativo.

—Sabés, me hiciste acordar a cuando era chico y salía a jugar sin que nadie me llamara por el celular. Si querían encontrarme, sabían que estaba en la plaza o en la casa de algún amigo. No teníamos ese miedo constante de estar desconectados.

—Sí, loco. Y no digo que los smartphones sean malos, pero a veces nos esclavizan sin darnos cuenta. Ayer, al llegar a casa, vi mi celular sobre la mesa. Había decenas de mensajes y notificaciones esperándome, pero por primera vez, en lugar de correr a responder, me senté un rato a charlar con mi hermana. ¡Hacía tiempo que no lo hacíamos así!

Lucas sonrió y dejó su teléfono boca abajo en la mesa.

—Tal vez hoy pruebe algo nuevo. Voy a apagar el celular por un rato y disfrutar del café sin distracciones.

Marcos levantó su taza y brindaron en silencio. Por una vez, sin pantallas de por medio, estaban realmente presentes.

La vida es demasiado breve para que nos la pasemos mirando el teléfono. ¿Y si probamos dar vuelta el celular de vez en cuando?

¿Desconectados en un mundo hiperconectado?
El Cristiano 21 de marzo de 2025
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