Un posteo de Instagram que nos avergüenza como sociedad
La Argentina continúa atravesando una preocupante deriva moral, en la que se aplauden públicamente prácticas que, no hace tanto, habrían sido motivo de consternación. Esta semana, el Hospital Interzonal General de Agudos “Abraham Piñeyro” de Junín —dependiente del gobierno bonaerense— fue noticia por un posteo en Instagram donde celebra, “con orgullo”, haber recibido una “Certificación de Buenas Prácticas” en la implementación de ILE por parte del Ministerio de Salud provincial, y una organización internacional (IPAS) que promueve el aborto en países del tercer mundo, con sede en EEUU. En realidad lo que recibieron es una deleznable “Certificación de Buenas Prácticas” en la ejecución de niños inocentes por nacer.
El posteo en Instagram de los directivos del Hospital Piñeyro de Lanús
Lejos de ser motivo de orgullo
Esta distinción oficializa lo que debería ser un motivo de duelo: la ejecución sistemática de niños por nacer dentro de instituciones que nacieron para proteger y cuidar la vida humana. Esas salas de parto donde miles de argentinos vinieron al mundo hoy se convierten, cada vez más, en espacios donde se les quita la vida.
La matanza legalizada de bebés en el vientre materno prosigue, si. Aprobada en medio de la pandemia por una ajustada mayoría de parlamentarios abortistas, a la que le llaman “ILE” (interrupción legal del embarazo) para no expresar claramente que al niño en gestación le matan, no “interrumpen” ningún embarazo.
Cuando los hospitales eran sinónimo de vida
El Hospital Piñeyro, inaugurado en 1930 como “Hospital Regional”, albergaba a generaciones de médicos formados en el respeto por la vida y comprometidos con el histórico Juramento Hipocrático (que aún se toma en las Universidades); un código ético que los médicos juran al iniciar su profesión, comprometiéndose a ejercer la medicina con responsabilidad y respeto por la vida humana.
Los responsables de la “certificación” en una foto posteada en Instagram.
Hoy, sin embargo, sus pasillos son transitados por profesionales que eligen participar —como denuncia el Papa Francisco— en actos propios de “sicarios a sueldo que se contratan para resolver un problema”, eliminando una vida inocente.
Una ley que sólo trae muerte y lágrimas
La ley que permitió el aborto en nuestro país —aprobada en plena pandemia por una ajustada mayoría parlamentaria— no interrumpe embarazos: pone fin a vidas humanas. Y aunque el gobierno nacional ha comenzado a reducir ciertas partidas vinculadas a la promoción de estas prácticas, como el Plan ENIA, materiales escolares de adoctrinamiento ideológico y enfoque abortista, y dejando de adquirir las pastillas de Misprosotol (responsables de más de la mitad de los abortos, y que no se contabilizan en las estadísticas), el aborto sigue. Y mucho más en CABA o en Provincia de Buenos Aires, como vemos, que “certifican” estas ejecuciones de niños por nacer. Son 300.000 niños a los que les “interrumpieron” la vida; y la cifra crece día a día.
Una cifra es abrumadora
Sí, las estadísticas registradas en hospitales provinciales y nacionales suman más de 300.000 niños por nacer, que han sido asesinados desde la sanción de la ley. Y en ese contexto, mientras el país sufre una alarmante baja en su índice de natalidad, algunos centros de salud optan por presentar como “derechos” lo que es en verdad una renuncia a la ética más elemental, como el Hospital Piñeyro de Lanús, que escribe: “seguimos construyendo un sistema de salud (sic) más justo, integral y con perspectiva de derechos”; tal vez intentando tranquilizar sus conciencias con argumentos que para la ciencia no existen.
No hay integridad en un sistema que legitima la muerte como solución
Este posteo es un ejemplo de cómo la Argentina se encamina al suicidio como nación, más allá de la claudicación moral, ya que fruto de estas ideologías de muerte, tenemos índices de natalidad negativa, como algunos países europeos. Que Dios nos conceda la lucidez y el coraje para revertir este camino. Porque una patria que no defiende la vida desde la concepción, está condenada —más temprano que tarde— al suicidio demográfico, cultural y moral.