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¿Milagro o «compartir»?

Una interpretación torcida del Evangelio.

Hace ya varios años escuché por primera vez, de labios de un sacerdote, una interpretación del milagro de la multiplicación de los panes y de los peces que me dejó perplejo. Sobre todo, porque era bastante distinta de las que había escuchado siempre. 

El sacerdote decía que este hecho, protagonizado por Jesús, no consistió en crear de la nada pan abundante y una gran cantidad de peces. No. Lo que ocurrió -según él- fue que cuando el Señor le pidió a un niño que compartiera sus cinco panes y dos peces con él y sus discípulos, a la multitud le cayó la ficha: ¡hay que ser solidarios -pensaron-, hay que compartir! Entonces, cada uno sacó lo que llevaba, y así se “multiplicó” la comida. La idea que el sacerdote terminó transmitiendo -voluntariamente o no- fue que no se trató de un milagro del Señor, sino de un “compartir”...

Poco después le comenté a otro sacerdote amigo mi extrañeza ante tan curiosa forma de interpretar la Palabra de Dios. Me dijo: “Ah, sí, la versión del tupper. Todos se llevaron el tupper al encuentro con Jesús. Un disparate”…

La primera contradicción evidente de esa interpretación del pasaje evangélico es que si Dios fue capaz de crear de la nada desde el universo hasta el género humano, ¿cómo su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, no sería capaz de crear unos panes y unos peces de la nada para alimentar a la muchedumbre?

Además, basta leer la narración del hecho por cualquiera de los evangelistas. El Señor -que no miente- es quien dice que la gente tiene hambre. Si efectivamente hubieran tenido algo para comer -algo para compartir-, Jesucristo habría mentido. Y si no tenían que comer, no podían compartir lo que no tenían. Como el Señor sabía que no tenían nada, y no quería que desfallecieran por el camino (cfr. Mt. 15, 32; Mc. 8, 2-3), intervino e hizo el milagro.

Además, si el Señor dijo “dadles vosotros de comer” (Lc. 9, 13) fue porque las personas congregadas a su alrededor no tenían nada que comer. Ni para ellos, ni para otros. Y sabiendo perfectamente que sus discípulos no tenían ni comida ni recursos para comprarla, les pide a ellos que les den de comer… ¿Por qué?

Porque Él sabía lo que iba a hacer. Él sabía que, como Dios, podía multiplicar el pan y multiplicar los peces. Sabía que iba a saciar el hambre de los que no tenían que comer, e incluso, de hacer que sobrara la comida.

Al respecto, dice el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1335) -por ahora vigente-: “Los milagros de la multiplicación de los panes, cuando el Señor dijo la bendición, partió y distribuyó los panes por medio de sus discípulos para alimentar la multitud, prefiguran la sobreabundancia de este único pan de su Eucaristía (cf. Mt 14, 13-21; 15, 32-29)”. Y continúa: “El signo del agua convertida en vino en Caná (cf. Jn 2, 11) anuncia ya la Hora de la glorificación de Jesús. Manifiesta el cumplimiento del banquete de las bodas en el Reino del Padre, donde los fieles beberán el vino nuevo (cf. Mc 14, 25) convertido en Sangre de Cristo”.

El Catecismo no habla de un “compartir”, sino de milagros donde se multiplicaron los panes y los peces. ¿Cómo no iba a poder sacar panes y peces de la nada el que transformó el agua en vino?

Jesús en la multiplicación de los panes

Más aún: ¿cuál es la razón para dar una explicación natural -tergiversando la Sagrada Escritura-, a hechos que los Evangelios presentan como de origen sobrenatural? ¿Se busca con ello desmerecer los milagros del Señor, su naturaleza divina -además de humana- o su condición de Hijo de Dios -tan omnipotente como el Padre-? ¿Por qué quitar lo sobrenatural? ¿Acaso los milagros molestan?

Es necesario recuperar la versión “tradicional” del milagro de la multiplicación de los panes y de los peces. La versión del “compartir”, además de ridícula, es contraria a la letra y al espíritu de la narración bíblica. Si empezamos a pensar que Jesucristo no multiplicó los panes y los peces, puede que terminemos pensando que en realidad, no es Dios, sino un hombre bueno que vino a animar a otros a compartir lo que tienen, y no a morir por nuestros pecados: a salvarnos, a redimirnos. Nuestro Señor Jesucristo no fue simplemente un hombre solidario y preocupado por las necesidades materiales de la gente. Es Dios, y lo que nos vino a traer, es la vida eterna.

 

Autor: Álvaro Fernández Texeira Nunes

Fuente: Religión en Libertad

27 de febrero de 2025
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