La justicia social, según la doctrina social de la Iglesia, se fundamenta en la dignidad humana y en el respeto a los derechos de cada persona. Este concepto va más allá de una mera redistribución de recursos; se trata de un enfoque integral que busca el bienestar de la comunidad y promueve valores como la solidaridad, la dignidad del trabajo y el mérito. La verdadera justicia social implica la creación de condiciones que permitan a todas las personas desarrollarse plenamente, buscando el fortalecimiento de la persona en su integridad, en lugar de depender del asistencialismo indiscriminado que algunos gobiernos populistas, que en América Latina, han implementado bajo la premisa de "justicia social".
En Argentina, las políticas populistas que prometen justicia social han sido utilizadas como herramienta de manipulación política, buscando asegurar el voto de los sectores más vulnerables a través de programas que, si bien tienen la intención de ayudar, a menudo fomentan la dependencia y desincentivan la iniciativa personal. La idea de que la ayuda social es un "derecho" ha descuidado aspectos fundamentales como la educación en valores y el trabajo digno, esenciales para el progreso integral de las personas. Esta forma de política genera un círculo vicioso donde los beneficiarios se sienten atrapados en una red de prebendas, lo que empobrece aún más su situación en lugar de “empoderarlos” como se les promete.
San Juan Pablo II, en su encíclica "Centesimus Annus", abordó la importancia de la justicia social y el papel del trabajo en la dignidad humana. Subrayó que la verdadera justicia social debe incluir la promoción del trabajo como un medio para que las personas contribuyan activamente a su bienestar y al de la comunidad. Recordó que la justicia no se trata únicamente de satisfacer las necesidades materiales, sino de permitir a las personas participar en la vida económica y social completamente. La justicia social, entonces, se traduce en garantizar oportunidades para el desarrollo personal y comunitario, fomentando un entorno en el que cada individuo pueda prosperar mediante su esfuerzo.
Un ejemplo inspirador de justicia social en acción se encuentra en el trabajo del Padre Opeka, cura argentino en Madagascar, África, quien ha dedicado su vida a ayudar a los pobres con un enfoque que va más allá de la mera asistencia. El Padre Opeka ha ayudado a miles de pobres, que vivían en un gigantesco basural, a salir de la miseria, a construir su hogar, a capacitarse, a prosperar con dignidad …con justicia social. Hoy es un faro que ilumina al mundo cómo desde los valores del trabajo, la educación y el emprendimiento, se puede construir un futuro digno y sostenible. Akamasoa, hoy, es una ciudad donde miles de familias prosperan de la mano amorosa de un sacerdote católico que les enseñó como hacerlo, y les sigue enseñando lo más importante: la Buena Noticia de Cristo.
Su labor ejemplifica cómo la verdadera justicia social se basa en la dignidad del ser humano, promoviendo la capacidad de cada persona para alcanzar su potencial a través del esfuerzo y la solidaridad comunitaria. A través de su labor, se fomenta un sentido de responsabilidad y colaboración, características que son esenciales para el desarrollo social y económico.
La verdadera justicia social, tal como la señala la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), se fundamenta en la dignidad humana y potencia a las personas a través del trabajo y la educación en valores. Es fundamental que los gobiernos y las comunidades abandonen las prácticas que perpetúan la dependencia y trabajen hacia un futuro donde el bienestar de todos se logre a través del esfuerzo, el respeto y la dignidad. La enseñanza de San Juan Pablo II y ejemplos concretos, como el del Padre Opeka, ofrecen un camino claro hacia una sociedad más justa y equitativa, donde el verdadero valor se encuentra en la lucha por una vida digna y plena.
¿Qué es la verdadera Justicia Social que enseña la DSI?