Una tarde cualquiera, estás en casa con tu hijo o hija de diez, doce años, y te pide que le enseñes a “entender las noticias”. Una buena señal, sin dudas: curiosidad, deseo de comprender el mundo, interés por lo que pasa. Entonces abrís con él un diario de renombre, de esos que supuestamente marcan agenda. ¿Y qué encontrás? Violencia desbordada, titulares morbosos, relatos eróticos disfrazados de “liberación”, influencers opinando con más autoridad que un docente o un sacerdote.
Te paralizas. ¿Esto es lo que va a consumir tu hijo como “información”? ¿Así va a formar su criterio?
La pregunta no es menor: ¿Cómo enseñar a leer noticias sin exponer el alma de nuestros hijos al caos mediático? ¿Cómo preservar lo bueno, lo bello y lo verdadero en una época donde muchos medios parecen haber renunciado a esos valores?
Una cultura del escándalo y del vacío
Vivimos en una época donde lo urgente ha desplazado a lo importante. Donde se compite por el clic, por la reacción, por el impacto. Y muchas veces, lo que más vende no es lo más verdadero, sino lo más excitante. Lo erótico reemplaza a la intimidad, el crimen al contexto, la indignación al análisis.
Los diarios más leídos –no todos, pero sí muchos– ya no se preguntan qué necesita saber el lector, sino qué puede hacer que el lector se quede pegado a la pantalla unos segundos más. El algoritmo manda. La verdad sufre. La virtud queda escondida entre columnas de opinión ideologizadas y publicidades invasivas.
Entonces, nos toca hacernos una pregunta incómoda: ¿sirve de algo que nuestros hijos sepan leer si no les enseñamos también a discernir?
¿De verdad estamos informando?
El gran drama es que muchos medios ya no están comunicando la realidad, sino fabricando una visión del mundo que responde a intereses concretos. Se ha perdido el sentido del bien común. En su lugar, hay relatos fragmentarios, llenos de gritos y sin diálogo.
Y el lector común –especialmente el joven– queda atrapado entre dos extremos: o se cierra en burbujas de desinformación donde solo escucha lo que quiere oír, o se expone a una corriente de noticias sin rumbo, que lo abruma y lo anestesia. En ambos casos, pierde la libertad interior. ¿Queremos eso para nuestros hijos? ¿Queremos que aprendan a leer las noticias para repetir slogans vacíos o para descubrir con inteligencia lo que hay detrás de cada titular?
Educar el corazón antes que la mirada
La clave, entonces, no está en prohibir que lean noticias, sino en formar el corazón con valores firmes y enseñarles a leer con criterio. No se trata solo de saber “interpretar textos”, sino de buscar la verdad con el corazón abierto y la razón afinada.
¿Cómo hacerlo? Aquí algunas propuestas sencillas, pero profundas:
- Seleccionar con ellos medios confiables, que valoren la dignidad humana, que no alimenten el morbo ni la superficialidad. Medios donde se hable de los problemas, sí, pero también de las soluciones. Donde se muestre el sufrimiento, pero sin usarlo como espectáculo.
- Leer juntos las noticias, al menos una vez por semana, y dialogar sobre ellas. ¿Qué está pasando? ¿Por qué? ¿Qué valores están en juego? ¿Qué haría Jesús ante esta situación?
- Enseñarles a buscar fuentes diversas, para evitar la trampa de una sola mirada. Y también, enseñarles a “cerrar la pestaña” cuando algo degrada el alma.
- Cultivar el silencio y la oración como espacios para procesar lo que uno lee. Porque no todo debe digerirse inmediatamente. A veces, hay que dejar que la conciencia haga su trabajo.
- Y, sobre todo, mostrarles con el ejemplo. Si nosotros consumimos noticias solo para indignarnos o entretenernos, ellos también lo harán. Pero si nos ven buscar la verdad, defender la justicia y hablar con caridad, aprenderán que la noticia también puede ser un lugar de encuentro con la realidad y con Dios.
Un llamado a los medios… y a los lectores
Este no es solo un llamado a los padres. También es un reclamo a los medios de comunicación: necesitamos volver a poner al ser humano y a la verdad en el centro. Basta de erotismo disfrazado de libertad, de sangre por rating, de insultos por opinión.
Y es también un llamado a los lectores: no seamos consumidores pasivos. Seamos críticos, pero con esperanza. Seamos lectores que exigen calidad, profundidad, respeto.
Porque al final del día, leer una noticia también puede ser un acto moral. Puede hacernos crecer en sabiduría… o puede alejarnos de lo esencial.
Y si alguna vez tu hijo te pide que le enseñes a leer las noticias, que pueda encontrar en vos no solo un guía de lectura, sino un testigo de la verdad.