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Todo es urgente… ¿pero de verdad lo es?

En los canales de noticias, la palabra "URGENTE" aparece como una alarma que no se apaga. Cada hora. Cada media hora. A veces, cada cinco minutos. Un crimen a 2.000 kilómetros, un accidente en una ruta secundaria, una frase dicha al pasar por algún funcionario: todo es presentado como si el país estuviera por estallar.


Pero… ¿realmente todo es urgente?


La urgencia como estrategia, no como verdad

Los medios de comunicación encontraron en la urgencia una herramienta eficaz para mantenernos atrapados. No se trata ya de informar, sino de interrumpirnos. Lo urgente interrumpe, sacude, moviliza emocionalmente. Nos pone en modo alerta aunque estemos en casa, tranquilos, tomando mate.


Así, el rating se dispara, las redes hierven, la ansiedad crece… y la reflexión desaparece.


¿Es urgente o simplemente inmediato?

Un robo en otra provincia, un choque, una pelea barrial… son noticias, sí. Pero ¿son urgentes? ¿Requieren la atención de toda una nación al instante? ¿Nos ayudan a comprender algo profundo o solo a mantenernos nerviosos?


Confundimos lo inmediato con lo importante. Lo que pasa ya parece más valioso que lo que realmente transforma.


Y en esa confusión, perdemos algo esencial: el tiempo para pensar, para entender, para tener paz.


El alma no vive a gritos

En esta cultura de lo urgente, no hay espacio para la contemplación ni para lo eterno. Todo es “ya”, todo es “grave”, todo es “último momento”. Y sin darnos cuenta, empezamos a vivir con miedo, con prisa, con una falsa sensación de que el mundo se desmorona cada hora.


Pero la vida no funciona así. Ni el Evangelio, ni la verdad, ni el crecimiento personal nacen de la urgencia. Jesús no gritaba, no corría, no interrumpía con breaking news. Caminaba, escuchaba, se detenía. Amaba el silencio y daba tiempo a la Palabra.


¿Y la responsabilidad social de los medios?

Cuando todo se vuelve urgente, nada lo es realmente. Y los medios, que deberían ayudar a formar ciudadanos críticos, caen en una lógica de espectáculo que desgasta, desinforma y angustia.


La responsabilidad social implica jerarquizar. Distinguir lo importante de lo accesorio. Y sobre todo, no jugar con las emociones de una sociedad ya golpeada.


¿Qué pasaría si los medios usaran su poder para generar esperanza, diálogo, educación cívica… y no solo ansiedad?


Volver a lo esencial

No se trata de desconectarnos del mundo, sino de elegir cómo y cuándo conectar. No todo lo urgente merece nuestro corazón. No todo lo que suena fuerte es verdad.


Necesitamos volver a discernir, a preguntarnos: ¿Esto me ayuda a vivir mejor? ¿Esto construye algo en mí o solo me sacude?


Quizás la verdadera urgencia sea esta: recuperar el sentido, el silencio, la verdad, la calma. Y volver a mirar el mundo con los ojos de la fe, no con los ojos del miedo.


No se inquieten por el día de mañana, porque el mañana se inquietará por sí mismo.” (Mt 6,34)


Tal vez el problema no sea la urgencia… sino que olvidamos lo verdaderamente importante.

Todo es urgente… ¿pero de verdad lo es?
El Cristiano 11 de julio de 2025
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