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¿Universidad sin secundario completo?: entre la inclusión y el riesgo de la frustración

Acceso universitario sin secundario: una política poco debatida

Son varias las que lo permiten. Como el caso grave de la Universidad Nacional de Córdoba, por el prestigio que alguna vez alcanzó. Al igual que muchas otras casas de estudio en el país, permite el ingreso a mayores de 25 años que no hayan completado el secundario. Esta posibilidad está amparada por el artículo 7° de la Ley de Educación Superior, que autoriza a personas adultas a cursar carreras de grado y pregrado si cumplen ciertos requisitos: experiencia laboral afín y aprobación de evaluaciones específicas.

Aunque la medida tiene años de vigencia, poco se discute en la sociedad sobre sus alcances, riesgos y beneficios. ¿Es verdaderamente un acto de inclusión educativa? ¿O podría convertirse en un atajo que termine afectando negativamente tanto a los estudiantes como a la calidad del sistema universitario?

Una oportunidad que puede derivar en frustración

El debate es urgente y necesario. Cursar una carrera universitaria sin haber completado el secundario implica partir desde una base académica inestable. Los contenidos de grado presuponen conocimientos previos en áreas como comprensión lectora, redacción, matemáticas y razonamiento lógico, habilidades que el nivel medio debería asegurar.

Sin esa base, el riesgo de deserción aumenta. Lo que comienza como una oportunidad de superación puede derivar en altos índices de abandono, frustración personal y desgaste institucional. Lejos de promover una inclusión real, este tipo de accesos pueden funcionar como una trampa disfrazada de apertura, si no se acompañan con programas de nivelación y contención pedagógica adecuados. Si además tomamos en cuenta que los niveles de calidad educativa han caído como nunca antes en primaria y secundaria, la fórmula, salvo excepciones, es una trampa de falsa inclusión que solo dilapidará recursos públicos y personas frustradas que perdieron su valioso tiempo y esfuerzo.

¿Medida inclusiva o gesto simbólico?

Desde luego, no se trata de excluir a quienes desean formarse pese a no haber concluido la escuela secundaria. Por el contrario, es valioso que adultos con deseos de superarse puedan tener alternativas. Pero permitir el ingreso sin la debida preparación puede convertirse en una medida más simbólica que efectiva, que prioriza el gesto político por encima del acompañamiento educativo real.

La inclusión genuina exige más que una inscripción abierta. Requiere planificación, inversión y compromiso con el seguimiento académico de quienes inician la carrera en condiciones de mayor vulnerabilidad formativa.

Un sistema que necesita reflexión, no improvisación

En tiempos donde algunos programas universitarios, como la cuestionada “Diplomatura en entrenamiento de gatos” de la UBA, que comentamos recientemente en El Cristiano, despiertan críticas por su valor académico, urge recuperar el verdadero sentido de la universidad: ser un espacio de saber, excelencia, inclusión real y responsabilidad social.

La educación superior no puede ser el último escalón de una escalera rota. Debe ser una oportunidad real, no una ilusión que conduce al desencanto.

Es importante recuperar la Academia Universitaria de manos de los que llevaron a la Universidad argentina a la degradación y una vergüenza insoportable, en donde el saber ya no es su razón de ser, sino el coto de caza de la política prebendaria que nada le importa lo que alguna vez fue.

¿Universidad sin secundario completo?: entre la inclusión y el riesgo de la frustración
El Cristiano 3 de junio de 2025
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