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Argentina y el trabajo: una brújula perdida en un mar de informalidad

En el corazón del debate económico argentino sigue latiendo un problema estructural: el empleo de calidad. Aunque el trabajo digno es una condición fundamental para impulsar el crecimiento, nuestro país continúa atrapado en una dinámica laboral frágil, sin un rumbo claro. La informalidad avanza, la modernización de las instituciones laborales se estanca y los números son cada vez más alarmantes.

 

Cifras que inquietan: informalidad en aumento

Según los últimos datos oficiales del cuarto trimestre de 2024, el 42% de los trabajadores argentinos se encuentra en situación de informalidad. Este porcentaje, que ya era alto, creció respecto al 41,4% del mismo período del año anterior. Lo que en otros países podría considerarse una emergencia, aquí se volvió costumbre. Y la costumbre, cuando no se corrige, se convierte en estructura.

La precariedad laboral golpea con más fuerza a los jóvenes y a quienes trabajan por cuenta propia. En estos sectores, seis de cada diez trabajadores lo hacen al margen de la ley laboral, sin cobertura de salud, sin aportes previsionales, sin red de seguridad. En otras palabras, están solos frente a la incertidumbre del futuro.

Crece el empleo, pero no la calidad

Aunque entre 2014 y 2024 el empleo total creció un 20% —es decir, se sumaron 3,6 millones de trabajadores al sistema—, la realidad detrás del dato es menos alentadora. El empleo asalariado privado registrado, el más protegido y estable, prácticamente no creció: sigue anclado en torno a los 6,2 millones de puestos. Es decir, el motor del trabajo formal no arranca.

La expansión del empleo estuvo impulsada principalmente por un aumento del 40% en el número de monotributistas —una figura que muchas veces enmascara relaciones laborales encubiertas— y por un crecimiento del 18% en el empleo público. Además, una gran porción de los nuevos trabajadores se incorporaron directamente a la informalidad. El resultado: más empleo, pero en condiciones más débiles, inestables y desprotegidas.

Una estructura laboral que no se reforma

Durante la gestión actual, la cantidad de inscriptos en el monotributo social cayó un 60% como consecuencia de los cambios en el programa Potenciar Trabajo. La eliminación de intermediarios y la reestructuración del esquema dejaron fuera del sistema a muchos beneficiarios. Sin embargo, la informalidad no retrocedió.

Dentro del universo informal, los asalariados no registrados constituyen el 63%, y el resto lo completan cuentapropistas sin registro. Esta masa de trabajadores, al margen de la seguridad social, no sólo enfrenta condiciones laborales vulnerables, sino que además debilita el financiamiento del sistema previsional y sanitario, afectando su sostenibilidad.

Desigualdades territoriales y un país partido

La informalidad no afecta por igual a todas las regiones del país. En algunas provincias, apenas alcanza al 20% de los ocupados, mientras que en otras supera el 60%. Estas brechas reflejan las diferencias en las estructuras productivas, los niveles salariales y las oportunidades reales de acceso al empleo formal. Por eso, pensar en una reforma laboral uniforme, sin atender a las realidades locales, sería repetir viejos errores.

Cualquier intento serio de modernizar el sistema debe reconocer esta diversidad. No se puede diseñar una política laboral desde el centro, ignorando lo que ocurre en las provincias. La inclusión requiere flexibilidad, diálogo y una mirada federal.

Una reforma integral para salir a flote

La Argentina no necesita más parches. Hace falta una transformación profunda. Una reforma laboral integral que simplifique los regímenes de contratación para facilitar la formalización; que fomente la negociación colectiva por empresa o sector, adaptándose a las condiciones reales de cada rubro; y que reduzca la litigiosidad laboral, que hoy desalienta a quienes quieren contratar en blanco.

También es clave revisar el sistema impositivo sobre el trabajo, sobre todo en los tramos salariales más bajos, donde las cargas sociales son más pesadas y dificultan la creación de empleo formal. Sin aliviar esa presión, difícilmente haya avances.

Recuperar la cultura del trabajo digno

Más allá de los números, está la cultura del trabajo. La que vivieron nuestros abuelos, la que construyó la clase media, la que hacía soñar con que el hijo pudiera ser “el doctor”. Esa Argentina de la movilidad social, de la dignidad laboral y del ascenso por mérito se fue desdibujando. Pero no está perdida.

El empleo formal no es solo una fuente de ingresos: es previsibilidad para las familias, es sustento del sistema jubilatorio, es la base de una sociedad ordenada. La informalidad podrá ser una salida de emergencia, pero no puede ser el destino permanente de millones de argentinos.

Recuperar el valor del trabajo digno es recuperar una parte esencial de lo que nos hizo grandes como nación. Recuperar los valores que hicieron grande la Argentina es parte de ello.

Argentina y el trabajo: una brújula perdida en un mar de informalidad
El Cristiano 26 de mayo de 2025
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