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¿Educación o condena? Cuando la escuela pública ya no garantiza lo básico

¿A dónde lo vas a mandar a estudiar?”. La pregunta, frecuente entre padres de clase media, se ha convertido hoy en una especie de pesadilla. Para muchas familias argentinas, la decisión de enviar a sus hijos a la escuela pública ya no es una elección pedagógica ni política, sino casi una condena.


La expresión puede sonar dura, pero es el eco de un sentir cada vez más extendido: la escuela pública ya no garantiza ni una instrucción básica ni una formación integral. Las historias se multiplican. Estudiantes que egresan sin saber redactar, sin comprensión lectora, sin operaciones matemáticas elementales. Padres que intentan acompañar tareas vacías de contenido. Docentes que reconocen no poder enseñar en aulas donde reina el desgano, la desmotivación o incluso el caos.


Ante este panorama, un número creciente de familias —incluso aquellas sin grandes recursos— eligen lo impensado hace unos años: el homeschooling. Algunos lo ven como una solución de emergencia, otros como un camino definitivo. Pero todos tienen algo en común: el deseo de proteger la mente y el corazón de sus hijos.


¿Qué pasó con la escuela pública?

No todas las escuelas están en crisis, pero la mayoría sí. Y no se trata sólo de infraestructura o salarios docentes. La raíz es más profunda: una desorientación pedagógica y antropológica que desdibuja los fines de la educación misma. ¿Para qué se enseña? ¿Quién forma al que educa? ¿Dónde quedaron el esfuerzo, la excelencia, la virtud?


Y aquí surge una pregunta provocadora: ¿estará relacionada esta decadencia con la eliminación de la enseñanza religiosa de las escuelas públicas?


Cuando se sacó a Dios del aula, también se desdibujó el horizonte del bien y del sentido. La formación en valores universales —respeto, justicia, responsabilidad, verdad— se vació de contenido, porque se desconectó de su fuente trascendente. Paradójicamente, hoy incluso muchas familias agnósticas o ateas valoran más la presencia de la religión que la ausencia de sentido. Sienten que algo esencial se perdió.


¿Volver a Dios para volver a educar?

La crisis educativa no se resuelve con más computadoras o programas estatales. Se resuelve recuperando la dignidad del alumno, la autoridad del maestro, la centralidad del contenido y la dimensión espiritual del aprendizaje. Una educación sin alma sólo produce confusión y mediocridad.


El Catecismo nos recuerda que “los padres son los primeros responsables de la educación de sus hijos” (CEC 2223). Y cada vez más familias redescubren ese llamado: no sólo delegar, sino discernir, acompañar, formar. A veces eso implicará buscar escuelas con un proyecto sólido. Otras veces, incluso educar en casa. Pero siempre implicará poner a Dios en el centro del hogar.


La escuela pública no nació para adoctrinar ni para empobrecer. Nació para igualar oportunidades, formar ciudadanos libres y virtuosos. Hoy, su misión está en crisis. Pero también puede ser renovada si recupera sus raíces.


¿Será que el corazón de la familia argentina —creyente o no— está clamando no sólo por mejores contenidos, sino por una educación con valores? ¿Será que, sin decirlo, muchos intuyen que sin Dios, no hay verdadera instrucción ni esperanza?


¿Educación o condena? Cuando la escuela pública ya no garantiza lo básico
El Cristiano 18 de julio de 2025
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El desafío de la continuidad educativa