Cada 9 de julio, Argentina se detiene para recordar su nacimiento como nación libre. Pero este año, más que un simple acto conmemorativo, el Día de la Independencia nos invita a mirar con esperanza el futuro y, a la vez, a honrar sin complejos nuestras raíces hispánicas, reconociendo en ellas no solo un pasado compartido, sino también el fundamento espiritual, cultural y civilizatorio de nuestra patria.
Una fidelidad que se volvió ruptura
En 1816, tras años de incertidumbre, luchas y desengaños, los congresales reunidos en Tucumán tomaron una decisión trascendental: declarar la independencia no solo del rey Fernando VII, sino —como bien lo explicó el diputado Pedro Medrano— de toda otra dominación extranjera. No fue una ruptura caprichosa, sino dolorosa y necesaria. Porque si hubo algo que caracterizó a los pueblos del antiguo virreinato del Río de la Plata, fue su fidelidad a la Corona española y su adhesión al orden cristiano y civilizatorio que representaba.
Fueron los abusos, el desinterés y las actitudes absolutistas de Fernando VII, los que forzaron a estos pueblos a tomar en sus manos el destino propio. Como bien decía Belgrano: “No hemos hecho más que usar el derecho que Dios y la naturaleza nos ha dado para defender nuestra libertad”.
Una independencia con fe y con gratitud
Al declarar la independencia, los congresales de 1816 se pusieron en manos de Dios Nuestro Señor, reconociendo que toda autoridad y libertad verdadera provienen de Él. Lo primero que hicieron tras firmar el acta fue dirigirse al templo para dar gracias al Señor por la independencia conquistada.
Es esa dimensión espiritual de nuestra independencia la que hoy debemos recuperar. Argentina no nació como un experimento ideológico ni como un rechazo a sus raíces: nació como un acto de responsabilidad y madurez, de fidelidad a un bien común que se había visto traicionado, y que exigía nuevos caminos.
De la gesta heroica a la construcción permanente
Desde entonces, durante más de 200 años, millones de argentinos de bien han continuado esta épica silenciosa: construir una patria grande, digna, próspera y justa. Han enfrentado guerras, crisis, divisiones internas, y también la peor de las amenazas: el olvido del ideal común y sus valores.
Nuestros próceres —Belgrano, San Martín, Güemes, y tantos otros— no lucharon para enriquecerse ni para dividir, sino para dejar un legado. Y hoy nos toca a nosotros custodiarlo.
A pesar de las luchas intestinas, de los errores o incluso también la corrupción, de quienes prefirieron el beneficio propio antes que la causa nacional, la llama del patriotismo verdadero nunca se apagó. Cada familia que educa en valores, cada trabajador que se esfuerza, cada joven que estudia y sueña con un país mejor, cada ciudadano que pone el bien común por encima del interés partidario, es heredero de esos próceres de la Casa Histórica de Tucumán.
Una patria con identidad: hispánica, occidental y cristiana
Somos hijos de la cultura occidental. Y dentro de ella, la herencia hispánica es parte inseparable de nuestro ser nacional: nos legó el idioma, la fe cristiana, las bases del derecho, el sentido del deber, la familia como núcleo vital, el amor a la tierra, el coraje de los conquistadores y la mística de los misioneros.
Hoy, mientras el mundo parece navegar hacia la confusión, el relativismo y el olvido de la historia, nosotros tenemos el deber de revalorizar esa herencia. Porque sólo una patria con raíces profundas puede aspirar a un futuro sólido.
Un futuro con unidad, trabajo y bendición
En este nuevo 9 de julio, no queremos solo recordar el pasado: queremos asumir el presente con responsabilidad y proyectar el futuro con esperanza. Como aquellos hombres de 1816, debemos dejar de lado intereses personales, divisiones ideológicas y egoísmos, y volver a poner la patria en el centro.
Que nuestros niños —y también los que ya no lo somos— aprendan a amar la tierra que nos legaron, a cuidar sus valores, a valorar sus familias, a trabajar con esfuerzo, a buscar la unidad sin dejar la verdad, a soñar con una Argentina bendecida por Dios, fecunda en trabajo, ejemplo en civismo, faro en humanidad.
Tenemos todos los recursos —naturales, humanos, espirituales— para ser una nación luminosa. Sólo necesitamos volver a creer en nosotros mismos, y en la Providencia que nunca ha dejado de guiarnos.
Viva la patria, ayer, hoy y siempre
Que este 9 de julio no sea un recuerdo nostálgico, sino una declaración renovada de independencia y de fe. Una afirmación de que la Argentina del futuro será lo que nosotros, sus herederos, elijamos construir. Con verdad, con justicia, con esfuerzo y con la bendición del Dios que nuestros próceres invocaron.
Autor: Gabriel Muñoz Molina.