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La condena a Cristina Fernández: una encrucijada para la sociedad argentina

Entre memes, escándalos y desconfianza

La Argentina transita un tiempo preelectoral que se enrarece por momentos, y por otros, lo vivimos como si estuviéramos en una telenovela. Pasamos de escándalos como la cripto Libra a las empanadas de Darín. En este cambalache permanente, cada tema se convierte en causa de división, en una excusa más para agitar la confrontación. Los intentos colectivos de salir adelante, de construir un horizonte común, son desbaratados una y otra vez por sectores que prefieren el caos, a menudo alimentados por intereses políticos que sólo buscan conservar cuotas de poder.

En este escenario desordenado, los medios de comunicación, lejos de aportar serenidad, se han vuelto amplificadores del ruido. Algunos contribuyen a agigantar declaraciones, convertir frases en titulares explosivos o instalar temas, por días y días, que desvían la atención pública. La caricatura grotesca de lo que fue la Argentina —una nación trabajadora, plural, con aspiraciones y progreso— se hace presente día a día, desdibujando el pacto social que alguna vez nos unió.

 

Un fallo judicial que conmueve los cimientos políticos

Pero en los últimos días, una noticia se impuso sobre los memes y los escándalos de redes sociales: la Corte Suprema de Justicia confirmó la condena a seis años de prisión contra la exvicepresidente Cristina Elizabet Fernández, en la causa Vialidad, por defraudación al Estado. No se trata de un caso menor: hablamos de una de las estafas más grandes al erario público en la historia del país.

La reacción no se hizo esperar. Parte del electorado kirchnerista, que si bien no es mayoritario sí representa un núcleo importante de alrededor del 30% del país, se expresó por las RRSS, y por los medios de comunicación afines. En CABA, cerca de 2000 personas llegaron a la casa de Cristina para la vigilia. Los sindicalistas ya expresaron paros políticos en apoyo, también.

No fue una manifestación cívica ni un ejercicio democrático pacífico. Hubo violencia, cortes de calles, destrozos en la vía pública, amenazas a medios de comunicación e incluso la agresión vandálica de un canal de televisión.

La frase "si la guardan a Cristina, qué quilombo se va a armar", repetida en redes y en marchas, dejó de ser una consigna simbólica para convertirse en amenaza directa contra el orden democrático. Políticos del oficialismo hablaron de "plan de lucha" para resistir el fallo judicial. Y la propia CFK, lejos de acatar la sentencia con altura institucional, despotricó públicamente contra los jueces, alentando la violencia verbal y el descrédito de las instituciones.

 

El riesgo de una escalada violenta

La situación se volvió aún más tensa cuando los fiscales solicitaron la detención inmediata de los condenados. Pero el juez que entiende en la causa concedió un plazo de cinco días a los condenados para entregarse. Plazo en el cual Cristina podría agitar aún más el malestar social, legitimando la idea de que su condena constituye una persecución política y una "proscripción". O incluso entorpecer la acción de la Justicia.

En ese marco, se han multiplicado las amenazas abiertas en redes sociales, llamamientos a la desobediencia civil y acciones concretas de violencia. Se denuncian ataques a la propiedad privada —como el caso de una joven embarazada que vive en el edificio contiguo al de Cristina y cuya vivienda fue intrusada por militantes— y situaciones donde la policía local admite no poder intervenir, al menos hasta ahora.

Incluso sectores sindicales cercanos al kirchnerismo anunciaron paros en señal de protesta, con la amenaza de paralizar el país si la Justicia no revierte su veredicto. Un sinsentido: como si mediante la presión social o el caos callejero, incluso, pudiera anularse una decisión judicial fundada en pruebas, peritajes y años de debate legal.

 

¿En nombre de la democracia?

Resulta grave que muchos de estos movimientos se justifiquen bajo el lema de "defender la democracia". Pero, ¿es democrático atacar a la Justicia cuando un fallo no conviene? ¿Es legítimo paralizar la educación, interrumpir la vida cotidiana, sembrar miedo, tomar canales de TV y amenazar a jueces, fiscales y ciudadanos?

Argentina ya ha conocido las consecuencias de la violencia política. No necesitamos volver a vivir tragedias innecesarias. Lamentablemente, ya se registraron amenazas contra fiscales y jueces de la causa, incluso contra sus familias. La posibilidad de que algún fanático concrete estas amenazas es real. Por eso, cada hora que pasa sin la ejecución de la condena le damos una oportunidad a la violencia.

 

¿Quiénes representan hoy al kirchnerismo?

Lo más llamativo es la falta de respuesta democrática de sectores que dicen representar al "pueblo". Políticos como Juan Grabois, investigado por malversación de fondos, insultan públicamente a jueces, amenazan con desobediencia civil y justifican el caos como método de presión. Tal vez por su poco peso electoral, buscan visibilidad para colarse en alguna lista y obtener fueros en las próximas elecciones (como los que pretendía obtener Cristina), y que ellos no lo consiguieron las urnas en las urnas, hace menos de dos años atrás. En ese grupo se suman Moreno, Luis D’Elia, algún gobernador feudal y varios legisladores y senadores que también esperan ser beneficiados por una lapicera que, aunque esté acompañada de una pulsera electrónica, sigue decidiendo mucho desde dentro o fuera de la cárcel.

 

Los extremos a los que podemos llegar

Incluso se ha rumoreado que gobiernos afines ideológicamente, como el de España, le habrían ofrecido asilo político. Se menciona también la posibilidad de que se refugie en embajadas amigas, como las de Cuba, Brasil o Chile. Mientras tanto, los ciudadanos comunes, que cumplen las leyes, trabajan cada día y pagan sus impuestos, viven bajo amenaza.

 

La sociedad que debe alzar su voz

Argentina no puede seguir rehén de los violentos. Si permitimos que una minoría ruidosa condicione las decisiones judiciales con violencia y desobediencia civil, estaremos renunciando a la República misma. Hoy más que nunca es necesario que los argentinos de bien, aquellos que creen en la ley y la Justicia, alcen su voz.

Así como lo hicimos cuando defendimos el derecho a la vida del no nacido, así como salimos a los balcones con nuestras banderas para rechazar el atropello institucional, hoy también debemos expresarnos. No necesariamente en grandes movilizaciones, aunque podrían darse. Basta una escarapela; y expresar en redes, en nuestro trabajo, en nuestro metro cuadrado, con firmeza y respeto que no estamos dispuestos a ceder.

 

No se trata de revancha, sino de justicia

Apoyar la decisión de la Corte Suprema no es un acto de venganza política. Es un gesto de madurez ciudadana. Es respaldar a los jueces que, con valentía, no metieron la cabeza en la arena, no se escondieron. Es reconocer la labor de fiscales que durante horas expusieron hechos, documentos y pruebas. Es sostener la idea de que la corrupción no puede ser premiada con poder, ni la Justicia condicionada por la presión callejera.

El juicio de la causa Vialidad no es nuevo. Se trata de un proceso que lleva años, con múltiples instancias, con decenas de recursos interpuestos por la defensa, con todos los derechos garantizados. El fallo no cayó del cielo ni fue improvisado. Fue resultado de un largo y paciente camino judicial.

 

Que el bosque hable más fuerte que el árbol que cae

Decía un viejo proverbio: "Un árbol que cae hace más ruido que un bosque que crece". Hoy, el árbol caído del escándalo mediático, del caos callejero, del grito violento, amenaza con tapar el crecimiento silencioso de millones de familias argentinas que trabajan, estudian, ayudan, y sueñan con un país mejor.

Es hora de que el bosque hable. Que el viento de la cordura agite nuestras banderas. Que el sonido atronador del pueblo sensato se haga oír, no con gritos ni piedras, sino con firmeza democrática, con paz, con civismo. Que desde cada balcón flamee una enseña celeste y blanca como símbolo de unidad y esperanza.

Porque Argentina puede ser —otra vez— faro de paz, de justicia y de progreso. Como lo fue cuando nuestros abuelos construyeron esta nación con esfuerzo, honestidad y valores. Porque el futuro no está en manos de los que destruyen, sino de los que siembran.

Hoy, más que nunca, sembrar orden, respeto y verdad es un acto verdaderamente revolucionario. Como lo hicieron nuestros próceres en Mayo. Y hoy es también una urgencia impostergable.


La condena a Cristina Fernández: una encrucijada para la sociedad argentina
El Cristiano 12 de junio de 2025
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