Cuando se intenta aprobar una ley que va en contra de un principio moral cristiano, surgen los mismos argumentos: “¿Por qué los católicos se molestan, si nadie los obliga a hacer eso?” o “Son unos intolerantes, quieren imponer sus convicciones a los demás”. Pero ¿Qué hacer cuando en nombre de la tolerancia se nos pide silencio ante leyes que atentan contra la dignidad humana?
Imagina una plaza llena de gente, una manifestación pacífica y alegre, donde familias, jóvenes y ancianos levantan su voz en defensa de la vida. Este tipo de escenas son cada vez más comunes en diversas partes del mundo, donde ciudadanos, guiados por valores cristianos, piden que la ley proteja a los más vulnerables: los niños por nacer, los ancianos y la familia como núcleo fundamental de la sociedad.
Sin embargo, a pocos días de estas movilizaciones, llegan las reacciones contrarias: acusaciones de intolerancia y retrógrado conservadurismo. ¿Por qué tanto malestar hacia quienes simplemente quieren defender el bien común?
Primero, los católicos tienen derecho a participar del debate público. No son ciudadanos de segunda clase. Si algunos defienden la legalización de la eutanasia, por ejemplo, ¿por qué otros no pueden oponerse a esa medida, respetando las reglas democráticas?
Segundo, es falso que estas leyes solo afecten a quienes las practican. Si un niño es abortado, ¿no es él una víctima inocente? ¿Qué pasa con los niños entregados en adopción a un entorno que no garantiza su pleno desarrollo? La ciencia ya ha demostrado que un embrión es un ser humano distinto de sus padres, poseedor del derecho a la vida. ¿Cómo callar ante la eliminación de millones de seres inocentes?
Pensemos en Marta, una mujer mayor que vive sola y ha perdido las fuerzas para valerse por sí misma. Una ley de eutanasia mal aplicada la deja vulnerable, sin el acompañamiento necesario. Cuando se legaliza esta práctica, el mensaje es claro: "Tu vida ya no vale tanto".
Tercero, lo que es legal tiende a verse como moralmente bueno. Muchas personas que antes hubieran luchado por salvar su matrimonio ahora se rinden fácilmente, considerando el divorcio una solución rápida. ¿Cuántas familias se rompen sin reflexionar sobre el impacto en sus hijos?
El verdadero amor cristiano no busca imponer, sino proteger. Defiende a los indefensos y promueve el bien común. ¿No es nuestra sociedad más fuerte cuando protege la vida, la dignidad y el compromiso?
Quizás la pregunta no sea si debemos quedarnos callados, sino si tenemos el valor de ser luz en un mundo que muchas veces elige mirar hacia otro lado.
Fuente: Franciscanos de María
Catolicismo y Tolerancia: ¿Silencio o Compromiso?