Setenta cristianos fueron atados y decapitados con cuchillos en una iglesia de Kasanga, República Democrática del Congo. No hubo portadas de diarios internacionales, ni comunicados urgentes de la ONU, ni manifestaciones masivas en las principales capitales del mundo. Una masacre de esta magnitud debería conmocionar a la humanidad, pero ocurrió en silencio.
Ahora, hagamos un ejercicio de contraste: cada día, los medios globales despliegan una cobertura intensa y casi ininterrumpida sobre la guerra entre Israel y Hamás. Cada ataque, cada víctima civil, cada imagen desgarradora ocupa espacio en los noticieros, generando indignación y llamados a la acción. No importa de qué lado esté la simpatía, el hecho es que el conflicto se visibiliza con una intensidad impresionante.
Pero, ¿por qué cuando los cristianos son las víctimas, la historia se cuenta en los márgenes o, peor aún, se ignora por completo?
Un genocidio en marcha sin titulares escandalosos
Según informes de la Agencia de Prensa Africana y la organización Open Doors, los responsables de esta masacre serían las Fuerzas Democráticas Aliadas (ADF), un grupo islamista afiliado al Estado Islámico que ha sembrado el terror en el este del Congo. Pero esta no es la primera ni la única matanza de cristianos en la región. Durante años, aldeas enteras han sido incendiadas, fieles han sido asesinados por su fe y comunidades han tenido que huir para sobrevivir.
Imaginemos que esto hubiera ocurrido en otro contexto. Si en lugar de una iglesia cristiana, la masacre hubiera sucedido en una mezquita o en una sinagoga, ¿no habríamos visto editoriales condenando la violencia, líderes políticos emitiendo declaraciones y embajadores movilizando resoluciones de emergencia? ¿Por qué cuando los cristianos son masacrados, la respuesta es el silencio?
Los cristianos no somos ciudadanos de segunda
La persecución de los cristianos es una realidad documentada en múltiples países. Desde la brutal represión en Corea del Norte, pasando por las iglesias demolidas en China, hasta los ataques constantes en Nigeria, Pakistán o la India. Sin embargo, no se considera un "tema de agenda". No genera titulares, no mueve intereses políticos, no despierta la furia mediática.
El Secretario de Estado húngaro para la Ayuda a los Cristianos Perseguidos, Tristan Azbej, ha sido una de las pocas voces en denunciar esta injusticia, pero su clamor es solitario. Es urgente que como comunidad cristiana elevemos la voz y exijamos el reconocimiento de nuestros derechos humanos.
No podemos seguir aceptando esta indiferencia. Los 70 cristianos asesinados en Kasanga son mártires de una guerra que el mundo prefiere ignorar. Pero su sangre clama, y es nuestro deber hacer que su sacrificio no sea olvidado.
El genocidio cristiano en el Congo: la masacre que el mundo decide ignorar