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La Eucaristía como Remedio a los problemas de la Iglesia y el mundo

¿Cuál es el verdadero problema que enfrentamos?

Se habla de crisis de fe, de nuevas herejías, de falta de vocaciones, de secularismo, de indiferencia religiosa… Pero si miramos con ojos de fe, descubrimos que el principal problema de la Iglesia no está en el mundo exterior, sino en lo más sagrado que muchas veces olvidamos: la desacralización de la Eucaristía.

Cuando la Eucaristía deja de ocupar el centro de la vida cristiana, todo se desordena. Porque la Iglesia vive de la Eucaristía, y sin ella, pierde su alma. No hay reforma auténtica, ni renovación posible, si no volvemos al altar con espíritu adorante. Como nos recuerda el Catecismo (n. 1324), “la Eucaristía es la fuente y culmen de toda la vida cristiana”.

 

Dos santos que vivieron para el Pan del Cielo

En este mes de mayo, celebramos a San Pascual Bailón y San Juan de Ávila, dos gigantes de la espiritualidad eucarística que pueden guiarnos en este tiempo.

San Pascual Bailón, humilde lego franciscano del siglo XVI, era un campesino sin estudios, pero lleno de amor por Jesús Sacramentado. Un día, fue sorprendido bailando ante una imagen de la Virgen. ¿Su explicación? “No tengo otra cosa que ofrecerle”. Aquel pastor, cocinero y portero, no sabía de teología, pero hablaba de la Eucaristía con la sabiduría del que la vive con el corazón.

“¡Ya viene, ya llega!”, gritó un día, emocionado, durante la misa al acercarse la Consagración. Su amor por el Santísimo era tan puro y profundo que lo convirtió en Doctor sin títulos, como decían sus hermanos en tono poético. Fue canonizado como el Santo de la Eucaristía.

 

Trátalo bien, que es Hijo de buen Padre

Por su parte, San Juan de Ávila, patrono del clero secular español y figura clave en el Concilio de Trento, enseñaba con sabiduría y celo.

Fue quien impulsó la formación seria de los sacerdotes, para que comprendieran la grandeza del misterio que celebran.

Una anécdota lo pinta entero: al ver a un sacerdote celebrar la misa con descuido, se le acercó por detrás y le susurró: “Trátalo bien, que es Hijo de buen Padre”. Qué simple, qué profundo. Porque en cada Hostia consagrada está Jesús, el Hijo de Dios.

 

Volver a creer en lo esencial

La Iglesia no necesita fórmulas mágicas, ni estrategias humanas vacías. Necesita que cada católico vuelva a creer —de verdad— que en la Eucaristía está Cristo vivo: Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Lo demás es añadido, como dijo el Señor (cf. Mt 6,33).

¿Puede la Eucaristía sanar a la Iglesia y al mundo? Sí, si volvemos a ella con reverencia, adoración y fe. En cada Misa, el Cielo se abre. Allí empieza la verdadera transformación.

Porque cuando la Iglesia se arrodilla ante el Santísimo, el mundo se pone de pie.

 

La Eucaristía como Remedio a los problemas de la Iglesia y el mundo
El Cristiano 26 de mayo de 2025
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