Ir al contenido

Sede vacante: no es tiempo de apuestas, es tiempo de fidelidad

Apenas vi la notificación de WhatsApp, leí: “¿Viste que murió el Papa?”, me escribió un amigo con más entusiasmo que respeto. “Ahora dicen que el próximo puede ser africano. O uno medio progresista. O ese que no sé cómo se llama, pero que habla re bien”. Una vez más, el mundo está mirando al Vaticano como si fuera una especie de reality show. Como si elegir Papa fuera como elegir al nuevo DT de la selección.


Pero no. La sede vacante no es una campaña electoral. No hay candidaturas, ni encuestas, ni marketing político. Lo que hay es un momento de silencio, de oración, de profunda reverencia ante un misterio que, aunque a muchos les cueste entenderlo, tiene que ver con el Espíritu Santo que con los likes o las tendencias.

Sí, hay una silla vacía. Pero no está abandonada. La Iglesia no queda acéfala como un barco a la deriva. Cristo es su Cabeza, y nosotros, su Cuerpo. La sucesión apostólica no se corta, y la fe del pueblo de Dios no depende de un solo hombre. Porque, en el fondo, el corazón de la Iglesia sigue latiendo con fuerza: en cada misa celebrada en una parroquia humilde, en cada confesión, en cada rosario rezado en la cocina mientras se prepara la cena.

Claro que duele. Duele despedir a un Papa. Es un padre que ya no está, una voz que nos guió que ahora se apaga. Pero ¿qué hacemos con ese dolor? ¿Nos ponemos a apostar por el próximo nombre como si fuera una quiniela? ¿Nos dejamos llevar por los medios que, como lobos hambrientos, buscan otra oportunidad para sacudir a la Iglesia, para sembrar confusión, sospechas, divisiones?

No. Esa no es nuestra misión.

Nuestra tarea, hoy más que nunca, es vivir con fidelidad. Ser cristianos de verdad. No “fans del Vaticano” ni opinólogos de sotanas. Ser buenos esposos, esposas, hijos, hijas. Buenos curas, religiosas, trabajadores, estudiantes. Porque la mejor manera de honrar a la Iglesia en este tiempo de sede vacante no es hablar mucho… sino amar más. Servir más. Rezar más.

San Ignacio decía que “en tiempo de desolación, no hacer mudanza”. Y esta es una de esas veces. Cuando todo alrededor parece moverse, cuando los micrófonos se multiplican y las cámaras apuntan a la Plaza de San Pedro como si fuera un set de televisión, nosotros elegimos el silencio del oratorio. O del cuarto. O del bondi mientras vamos al trabajo como nos decía el Papa Francisco.

Porque mientras el mundo murmura, nosotros oramos.

Mientras se debate quién “debería ser” el próximo Papa, nosotros decimos: hágase tu voluntad, Señor.

Mientras algunos sueñan con reformas a su medida o con Papas que coincidan con sus ideas, nosotros volvemos al Evangelio, donde la única medida es la Cruz y la única victoria es la del Amor.

Y si algo nos enseñó la historia —y la nuestra como argentinos más todavía— es que cuando todo parece oscuro, Dios está obrando en silencio. ¿No lo hizo acaso en la cueva de Belén? ¿No lo hizo en el sepulcro vacío?

Por eso, cuando escuches rumores, apagá el celular un rato. Cuando leas columnas incendiarias, buscá el evangelio del día. Cuando te tienten a opinar sobre lo que no sabés, elegí el camino de María: guardar las cosas en el corazón, y confiar.

No hay “candidatos”. No es un juego de poder. Es el momento de la Providencia.

Y nosotros, sus hijos, no podemos hacer otra cosa que confiar, vivir bien cada día, ser sal y luz en la pequeña parcela que nos toca habitar. Porque esa, y no otra, es la revolución más grande de la Iglesia: la santidad cotidiana.

 

Sede vacante: no es tiempo de apuestas, es tiempo de fidelidad
El Cristiano 22 de abril de 2025
Iniciar sesión dejar un comentario
La última audiencia de Francisco: con JD Vance, vicepresidente de EE.UU.